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Adicta a los diccionarios

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La Feria del Libro nos inunda de mesas redondas y de la presencia mediatica de escritores, oradores, novelistas, ensayistas pensadores y sanateros, en dosis nada proporcionales. Desde los gurues a los popes, desde los zares a los mendigos, todos son convocados o se autoconvocan, con la fuerza despareja de las editoriales para tirarnos por la cabeza miríadas de presentaciones, cataratas de discursos previsibles, y de entre las muchas presencias que son talismanes y rara vez tabú ,descolla algún material, emerge algún iconoclasta, algún consagrado que se lo merece reaparece y nos rendimos a sus pies.


Es el caso -excepcional- de María Elena Walsh. Que a veces suena chinchuda, otras delata los 74 años que tiene, pero que sin embargo con una trayectoria intachable, recuperando eternamente el poder del lenguaje y sin pelos en la lengua o en la cabeza, nos descerraja permanentemente señalamientos impares, y al habernos acunado en lo original, distinto y contraintuitivo en nuestra niñez, tenemos para con ella un respeto y una agradecimiento sin fin.

La excusa de esta vez en la Feria es una antología de cuentos, pero la riqueza está de la propuesta está en como vuelve a la carga con su defensa del lenguaje, con su empatia por la televisión, con su preocupación por lo que se perdió en la primaria: Ir al diccionario, leer en voz alta, memorizar una serie de cosas que le parecen todas muy útiles como los días que tiene un mes («Treinta días trae noviembre»).

Despierta y lúcida mas que la mayoría de nosotros está al tanto de todo -aunque desprecia olimpicamente al fenómeno Harry Potter-. Así leyó la extraordinaria novela El pasado de Alan Pauls, Le gusto mucho el libro La Sole de Martín Caparrós sobre la triste y dura vida de María Soledad y también admira los cuentos de Hebe Uhart (¿se tratará la colección Del cielo a casa?)

Detesta esa antropología barata de la autoayuda acriolla que nos diría como somos (en las que caen desde Sebrelli hasta Grondona, desde Aguinis hasta Abel Posse).

Y como es sutil no desprecia a todos los bestsellers por igual. Le encanta Agatha Christie, y admira a John Grisham que cuenta todas las cochinadas de los abogados.

Como es inteligente de verdad sabe que cualquier critica a los best-sellers -especialmente de parte de los escritores- encubre a la vista la envidia de poder vivir de la escritura. Y por eso no tiene empacho en decir que al principio le gusto -aunque en seguida se aburrió- El código Da Vinci o que son bienvenidas las peleas entre Harold Bloom y el board del National Book Award, que le fue dado el año pasado a Stephen King.

Aunque acaba de armar reediciones borro de todas ellas lo coyuntural y no anecdótico, la critica política o el comentario elogioso o antojadizo hacia las culturas políticas racial o peronista -estrategia a lo que no es ajena Alfaguara que la vende en todo el mundo y ya no solo en la Argentina en ediciones caseras como antaño.

Porque María Elena no escribió últimamente nada parecido a su País Jardín de Infancia o La carpa Blanca ya debe tomarse vacaciones porque se ha quedado sin palabras. Desde hace un tiempo no ha tenido ni tiene ganas de tratar ningún tema de ésos. Y pide con lucidez que alguien tome la posta.

Por eso lo único que lee de los diarios ahora son los chistes, el horóscopo, y nada más. Y añade enfática que cuando tenga ganas de escribir sobre las noticias que lee ¡cómo va a recomenzar! ¡Ahí le va a dar con todo!

Y tiene mas que razón y aunque no creamos en idolos o mantras, aunque no nos mueve un pelo el circo alrededor de Diego, a pesar de que nos apena la muerte de un idolo, entre las pocas guías y faros que aun nos quedan en la Argentina. María Elena Walsh es una y por ello los invitamos a leer en detalle la excelente entrevista que el gran diario argentino le hizo la semana pasada en ñ.

Por algún motivo inconfensable la entrevista filtro la censura económica y se puede bajar en linea. Aprovechen estas inconsistencias del paraíso/infierno Internet.

Publicado enIconoclasia

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