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El laberinto del Tigre. Un paraíso cercano y bastante asequible. Ceteris Paribus

No no no, nada que ver con el Tigre de papel con el que Mao nos hacía creer que el Imperio norteamericano se derrumbaría mas rápido que lentamente. Me pareció verlo a Mao deleitarse en su metáfora, mientras Cristina K levantaba el dedito ayer en Nueva York y pinchaba cancheramente a los yanquis, diciéndoles que ahora deberían probar de su propia medicina, para curar los males que antes nos regalaban a nosotros.

Tampoco tiene nada que ver con una hermosisima foto que vi hace algunos días de unos cachorros de felinos avalanzándose sobre un jeep de Safari en algún resort africano, de esos imperdibles pero inalcanzables, con nuestro peso tan maltrecho como está.

Y tampoco hace referencia a alguna a Tigresas magulladas como Pampita, que en estos días está sufriendo el bochorno de que su ex-marido le haya ganado el juicio civil y ahora quiera ir por el penal. Mientras Susana, que desborda excedencias por todos lados, se indigna y la acompaña en el sentimiento, y recuerda alborozada que tirarle un cenicero por la cabeza a Huber, si bien le salió un tanto caro (mas de 10 millones de dólares), al menos la resarcio emocionalmente de tanto sufrimiento y explotacion.

Claro ella, también como uno que yo sé, grita primero y paga después.

No, el Tigre al que aludo es obviamente el que vengo trasegando estos dos meses justo empalmado con mi salída de educ.ar, y con el acceso a un nuevo tipo de vida que es infinitamente distinto, y que hasta ahora solo suma haberes y no ofrece casi ningún debe.

Porque el Barrio Cerrado no genera claustrofobia, como tanto analista silvestre cocorea por ahí -después de todo esto no es Wisteria Lane, ni Tortugas-, y si al revés, una sensación de extrema seguridad, porque permite aprovechar todas las ventajas de la no-ciudad sin por ello caer ensimismados y cabizbajos en un no-lugar- para alegría de Marc Auge.

Después de todo yo jamás hablé con ninguno de mis vecinos en Palermo, y apenas intercambié alguna palabra con uno de los 15 copropietarios. Aquí, salvo una conversación que duró unos minutos, solo conocemos de vista a la guardia, así que socialmente estamos tan o mas aislados que en el Centro. Y no lo lamentamos.

Que la casa sea muy grande, según nuestros estandares urbanos, fue una sorpresa fantástica y una alegría sin fin. Aquí hay al menos 4 o 5 lugares que funcionan como escritorios posibles o como refugios para leer, escribir, charlar por TE si uno quiere, o simplemente jugar con el gato o con el perro, cuando les toca a cada uno con exclusividad.

Hasta ahora había usado basicamente la mesa del comedor, o también la que está en la galería, ayudado es claro por la conexión Wi-Fi. Pero también suelo escribir o surfear en el Playroom, y desde hace unos momentos puse finalmente en marcha mi viejita iMac del 2000 que sigue manejando con garbo este antiquisimo Word 5.1 de 1991.

Ademas aquí arriba, y en particular en este escritorio abierto sobre la escalera de un tamaño descomunal, la casa me regala cerca de 900 libros que están en la biblioteca dedicada a Internet, negocios y digitalismo, a centimetros de distancia.

En el playroom quedaron las 10 nuevas bibliotecas que sumaron 80 metros lineales de espacio, para albergar cerca de 3.000 libros (psicología, etología, sociología, antropología, historia, medios, estética) pero también categorías mas específicas como memética, teoría de las ideologías, historia material, ciencias cognitivas, historias latourianas, post-modernidad, escuela de Frankfurt) que están siendo cambiados de estantes una y otra vez.

Quedaron aparte dos bibliotecas cluecas cada una con unos 200 libros que por ahora se concentran en lingüística, historia de las ciencias y tutti frutti. Pero el grueso vuelve a estar en otro cuarto, que a veces ocupa Pinky, y que aunque consta de 7 bibliotecas y unos 4.000 libros mas (alli quedó el grueso de teoría de sistemas, historia de las ciencias, biología, tecnología, sociología del conocimiento), todavía dejaron sin albergar varias cajas mas que quedaron en el centro en la baulera, de la cual extraviamos la llave.

Insisto si bien el espacio es mas o menos el justo, y aunque ya hice una primera preclasificacion por estante, hay que prácticamente reclasificar varios miles de libros para que el orden venza por un tiempo al desorden, y que una de las misiones fundamentales de esta cuasi mudanza llegue a buen término.

Mientras el Tigre me gusta y sirve. Ya sea porque leer en el jardín besado por el sol al mediodía es bastante parecido a la felicidad. Ya sea porque verlo a Risto encontrar su lugar en el mundo entre el pasto y las plantas, es un sueño que hasta hace poco nunca creí ver realizado.

Ya sea porque escaparme al menos una vez al día o cada dos al Coffee Store del Nordelta es un placer tonto pero irrepetible. Y eso que nunca entre aun a la Boutique del Libro y solo una vez al Apple Store y otra a la peluquería, donde me dejaron demasiado largo el pelo.

Porque aunque no gastemos un peso, aunque solo demos vuelta por la avenida Cazón o por el Puerto de Frutos (que pronto contará con una hotel *****), aunque nos vareemos por esa Costanera que conocimos hace 3 o 4 décadas y a la que visitamos de turistas tantas veces, vivir en el Tigre y respirar este aire y regenerar una toxicidad que en los últimos meses se había vuelto malsana en el Centro mas que justifica esta excursión a los modos de vida suburbanos (que marcaron mis primeros 20 años) que recién empieza.

Publicado enCrónicasInvolucramientosPantallazosVida Cotidiana

4 comentarios

  1. Bárbara Bárbara

    =)
    El Tigre ha sido siempre región de escape y reconforte!
    Congratulations…!
    Por ahora empezamos a gastar sueldos en libros, ojalá llegue a miles. Por ahora tengo un par de cientos con suerte!!

    Saluti!

  2. A.C. A.C.

    «Tigre», no «El Tigre», ni «El San Isidro», ni «La Buenos Aires», ni «El Belgrano», ni….

  3. pilar pilar

    JAJAA me mato este coment Tigre”, no “El Tigre”, ni “El San Isidro”
    ES VERDAD.
    es hermoso tigreeeee 🙂

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