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Hacia un materialismo cultural de segundo orden

Otra trilogía que merece mucha mas aprehensión y difusión

Habían pasado escasos meses desde la publicación del original The Craftsman de Richard Sennett (primera obra del tríptico que se continuaría con Guerreros y Sacerdotesy El extranjero, cuando hicimos en «De Wittgenstein flies a kite», a «The Craftsman» de Richard Senett» una oportuna referencia a una obra que Anagrama traduciría un año mas tarde, y que debe figurar sin dudas como una de las balizas mas importantes de las que disponemos actualmente para escaparle como a la peste al idealismo (y a los reduccionismo, incluyendo al tecnológico), a la vez que nos permite retomar una rica y perdida tradición de revalorización de la práctica (especialmente de la escuela francesa en donde anidan autores como Gilbert Simondon (1924-1986), André Leroi-Gourham (1911-1986)).

Pasa el tiempo y cada vez entendemos menos el rol de la tecnología, de los oficios, del hacer en una sociedad crecientemente atenazada por un lado por el delirio místico de los conceptos (al mejor postor), y por el otro por un consumo de bienes finales que cada dia mas vienen encapsulados en cajas negras.

Por eso cuando estamos a bordo de un lab que viene marcando el ritmo del hacer (pensando) a una velocidad rauda, mientras sintonizamos cada vez mejor con las variadas tribus urbanas y rurales que fragmentan acompasadamente el territorio nacional (para lo cual devenir extranjeros es el mandato obligado), retomar no tanto las conclusiones de una obra -como la de Sennett- que ya lleva medio siglo de construcción laboriosa, sino ciertos impulsos y marcos referenciales para «bajarla» a nuestra tarea cotidiana en los Labs como dispositivos de aprendizaje, será un buen ejercicio y ayudará a replicar y amplificar nuestros esfuerzos.

La lamentable confusión que Hannah Arendt hizo entre Homo faber y Animal Laborans

Era 1962 poco después de la crisis cubana de los misiles, un Richard Sennett no tan purrete (nació en 1943) recorría las calles de Boston y de pronto se encontró con Hannah Arendt (19061-1975) su maestra, autora de obras claves del siglo XX como Los orígenes del Totalitarismo (1951), La condición humana (1958) y Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal (1961). Precisamente esa crisis político-militar -que casi termina en la tercera guerra mundial- la había reafirmado en sus convicciones: ni los ingenieros ni ningún otro productor de cosas materiales era dueño y señor de lo que hacia, la política instalada por encima del trabajo físico sería la que debería proporcionar la orientación a las sociedades.

El mensaje de Arendt acuñado a la luz de las desgraciada arrepentimiento de los científicos líderes de El Proyecto Manhattan, donde habían gestado la bomba atómica, y muy particularmente de Enrico Fermi (1901-1954) y de Robert Oppenheimer (1904-1967) quien fue despojado de su nivel de seguridad por sus criticas a los halcones nucleares, era que en general las personas que producen cosas no comprenden lo que hacen.

De esta misma estopa esta hecha la célebre distinción de Charles Percy Snow (1905-1980) acuñador de la dicotomia de las dos culturas (1959) según la cual lamentaba la brecha creciente que se había instalado entre los científicos y los «intelectuales literatos».

Dada esa brecha y no pudiendo confiar en los científicos y los productores, la propuesta de Arendt era que el gran publico decidiera a partir del sentido común acerca de la deseabilidad de los productos científicos. Una postura de transparencia comunicativa a la Habermas, al final no serviría de gran cosa, pero la preocupación de Sennett no era esa, sino otra porque Arendt suponía (como hacen la mayoría de nuestros intelectuales) que hay dos dimensiones en la vida humana.

En una hacemos cosas, en esta condición somos amorales, estamos absortos en una tarea. Por el otro hay un tipo de vida superior, en el detenemos la producción y comenzamos a analizar y a juzgar juntos. Mientras que para el Animal laborans solo existe la pregunta «como?» el Homo faber pregunta ¿porque?

Menosprenciando a la persona práctica volcada en su trabajo

Este dualismo está profundamente equivocado y comete un error de lesa apreciación al suponer que las personas prácticas volcadas en su trabajo no piensan. Y al revés (en una recuperación peligrosa de la tradición griega) que solo piensan aquellos que no están dedicados a los menesteres prácticos.

Dice Sennett -con razón y en contra de su maestra- que el animal humano que es el Animals laborans tiene capacidad de pensar; el productor mantiene discusiones mentales con los materiales mucho mas que con otras personas; pero no cabe duda de que las personas que trabajan juntas hablan entre si sobre lo que hacen (la definición de Fernando Flores de tecnología va en la misma dirección).

Mientras que para Arendt la mente entra en funcionamiento una vez terminado el trabajo, para Sennett (para nosotros, para la idea de Labs que promovemos como nuevos espacios públicos de colaboración superadores de la escuela y las bibliotecas) en el proceso de producción están integrados el pensar y el sentir.

Si queremos precavernos de los males que traen aparejadas las cajas negras (desde la bomba atómica a la computadora, desde el dispositivo escuela convencional hasta los aviones y los automóviles) es decir de artefactos devenidos hechos habitualmente irreversibles en la práctica, necesitamos desarrollar un materialismo cultural elaborado (al que denominaremos materialismo cultural de segundo orden evocando la cibernética de segundo orden a la Von Foerster o Varela & Maturana en la que en gran parte se inspira)

¿Qué nos enseña de nosotros mismos el proceso de producir cosas concretas? Aprender de las cosa requiere preocuparse por la cualidades de las telas o del modo correcto de preparar un pescado. Buenos vestidos o alimentos bien cocinados pueden habilitarnos para imaginar categorías mas amplias de «lo bueno»

El materialismo cultural le presta especial atención a todos los sentidos, lleno de curiosidad por las cosas en si mismas, quiere comprender como las cosas pueden generar valores religiosos, sociales o politicos. El Animal laborans sirve de guía al Homo faber (y al sapiens) y no a la inversa.

La gente puede aprender de si misma a través de las cosas que produce, porque la cultura material importa.
Y de esto tratan los labs que en vez de poner el acento en lo juicio lo ponen en el trabajo. Solo podremos lograr una vida material mas humana si comprendemos mejor la producción de las cosas produciéndolas nosotros mismos. En eso estamos. (Continuará)

El deseo de hacer una buena tarea

La Artesanía designa un impulso humano duradero y básico, el deseo de realizar bien una tarea. La artesanía abarca una franja mucha mas amplia que la correspondiente al trabajo manual especializado. Se aplica tanto al alfarero como al tipógrafo, al inventor como al programador informático, al médico como al artista, al ejercicio de la paternidad como al de la ciudadanía.

Lo bueno del hacer está acotado por condiciones materiales. A menudo el artesano tiene que hacer frente a conflictivo patrones objetivos de excelencia. El artesano explora esta dimensiones de habilidad, compromiso y juicio centrándose en la conexión entre la cabeza y la mano.

Las destrezas humanas no son innatas, se desarrollan acompasadamente. Para Sennett todas las habilidades incluso las mas abstractas empiezan como prácticas corporales. Por otra parte la comprensión técnica se desarrolla a través del poder de la imaginación. Hay mucho por desetrañar en estas dos frases llamativas.

Por otra parte la motivación importa mucho mas que el talento. Lo que está en juego en los procesos de aprendizaje está mucho mas ligado a la actitud que a la aptitud (algo que descubrimos en El Proyecto Facebook, que confirmamos en el 1@1Sarmiento y que vemos reeditarse en el Lab del Futuro). El deseo de calidad del artesano plantea un problema motivacional: la obsesión por conseguir cosas perfectas podría estropear el propio trabajo.

Como artesanos es mas fácil que fallemos por incapacidad para organizar la obsesión que por falta de habilidad. Para la Ilustración todo el mundo poseía la capacidad de hacer un buen trabajo, y suponía que en la mayoría de nosotros había un artesano inteligente. Para Sennett esa confianza tiene sentido aun hoy. Pero a la confianza hay que probarla.

La historia ha trazado falsas lineas divisorias entre práctica y teoría, técnica y expresión, artesano y artista, productor y usuario. Afortunadamente tanto una reconceptualización y genealogía del artesano como muchas prácticas del universo digital muestran que hay maneras de utilizar las herramientas, de organizar los movimientos corporales y de reflexionar acerca de los materiales, que permiten imaginar el diseño de sociedades (desde lo micro a la macro, desde el Taller a la Comunidad) muy diferentes a las que tenemos hoy, y que son vendidas y compradas como un commodity y un default. Como si Tertium non datur.

El debilitamiento de la motivación

Sennett es demasiado buen filósofo y consumado músico como para imaginar que dedicaría tres obras completas a despotricar en contra de la absurda oposición entre teoría y práctica. Si se ensimisma meticulosamente (y sus ejemplos llevan siempre varias páginas para aclarar sus puntos de vista, desde Mozart hasta la reforma del Servicio Nacional de Salud en Inglaterra, desde los constructores rusos hasta la califad total japonesa, desde la invención del teléfono celular hasta los talleres visitados por Diderot y D’Alambert a mediados del siglo XVIII -tal como fue recapitulado maravillosamente por Phlip Bloom en La Enciclopedia…) en la problemática de la recuperación de la relación con la materia, de la valoración de la técnica y de la necesidad de encontrar sentido en lo que hacemos, ello debe ser releído a la luz de su interés ancestral por dar cuenta cómo la civilización capitalista del consumo exacerbado ha roto con el sentido del trabajo.

Lo que le preocupa sobremanera a Sennett es la pérdida de interés de nuestra contemporaneidad por la obra bien hecha y la sensación de completitud de la tarea en relación a la comunidad, que supo existir en épocas precedentes, y que hoy se ha astillado al punto tal de haber diluído las responsabilidades, haber licuado la motivación y fundamentalmente haber roto definitivamente la relación entre persona y obra, entre mano y cabeza, entre nosotros y los otros, entre hábito y sentido.

El mundo moderno ha tenido dos recetas para despertar e! deseo de trabajar duro y bien. Una fue el imperativo moral de trabajar en bien de la comunidad. La otra receta recurrió a la competencia: supuso que competir con otros estimula el deseo de tener un buen rendimiento y, en lugar de la recompensa de la cohesión de la comunidad, promete recompensas individuales. Ambas recetas han demostrado ser problemáticas. Ninguna de ellas -en su forma más pura- ha satisfecho la aspiración de calidad de! artesano.

Desde los obreros rusos que deliberadamente arruinaban las viviendas de los científicos, pasando por los obreros ingleses de la construcción que son maltratados por sus jefes, hasta innumerables profesiones en Occidente que ven venirse a pique la calidad y el compromiso, sobran ejemplos de una perdida de sentido en el valor del trabajo. Por suerte la gran cantidad de ejemplos que podemos podemos inventariar en esta dirección, también tiene sus contraejemplos en una sociedad como Japón en donde una economía planificada impregnada de su propio imperativo cultural de trabajar bien en aras del bien común. convirtió a ese país en un inesperado ejemplo de revalorización del trabajo bien hecho.

La clase media ya no va al paraíso

Pero lo que otrora era un problema para los obreros de cuello azul se ha traspado en las dos últimas décadas a los de cuello blanco. Lo que antes era materia de preocupación de sindicatos y de críticos del orden social, hoy está atravesando a las procelosas profesiones de la industria del conocimiento que por motivos indecelables jamas llegarán a convertirse en democracias del conocimiento (algo profundamente estudiado por Daniel Innerarity como anticipamos en….)

El mundo de clase media ha sufrido un gran quiebre. El sistema empresarial que otrora organizaba carreras profesionales es hoy un laberinto de empleos fragmentados. Donde antes había cooperación y camaradería hoy existe desencanto y competencia feroz sin mejores resultadas. Mientras que conversos sorprendentes/sorprendidos como Sherry Turkle (en Alone Together, para nuestra estupefacción ante este giro tecnofóbico de Turkle consultar) le echan la culpa de este desencanto a la digitalización a ultranza, aquí están operando factores mucho mas complejos y dinámicos e irreduccionistas (si Turkle hubiese leído a Latour otro hubiese sido su cantar) que requieren del bisturí epistemológico de un Sennett, un Latour, un Bauman y de una Saskia Sassen.

Si resultan tan llamativos los análisis de Sennett o los de Matthew Crawford Shop Class as soulcraft. An inquiry into the value of work, es porque no plantean la artesanía como una simple vuelta atrás nostálgica hacia momentos históricos idílicos (que ninguno lo fue), sino porque ponen de manifiesto la profunda contradicción que existe hoy entre la potencialidad de liberar energías creativas sociales como nunca las hubo antes y su esterilización a manos de organizaciones egoístas, de atroces acumulación de riqueza,

Mientras que en 1974 el CEO de una gran corporación norteamericana ganaba alrededor de 30 veces más que la mediana de los salarios de la empresa, en 2004 ganaba entre 350 y 400 veces más. En estos 30 años, la mediana de los salarios, en dólares de valor constante, sólo aumentó el 4%.

Y por último de ruptura radical entre las habilidades y las prácticas manuales y personales que alguna vez nos inventaban como seres sociales y miembros un poco mas plenos de una comunidad, en una fordizacion cognitiva y una taylorizacion epistemológíca que no augura nada bueno y que de no revertirse llevaría a niveles de frustración y de insensibilidad socialmente disruptivos (si es que no estamos ya allí como la crisis global del capitalismo se encarga de recordarnoslo cada día).

¿Las empresas japonesas son el buen ejemplo?

Según Sennett en la mayoría de las empresas occidentales se encontró gente que da muestras de amistad y cooperación bajo la mirada vigilante de los jefes-supervisores, pero que, a diferencia de lo que ocurre en las buenas empresas japonesas, no desafía a sus superiores ni discute con ellos.

Sennett constató a su vez, que rara vez los empleados calificaban de amigos a las personas con las que trabajaban en equipo. Algunos entrevistados se sentían estimulados por esta competencia individual, pero para la mayoría era una situación deprimente, y por una razón particular: la estructura de las recompensas no funcionaba bien para ellos. Sucede que la nueva economía ha roto dos formas tradicionales del trabajo compensatorio.

Para la generación anterior a la actual, el mero servicio a una compañía era otra recompensa por el trabajo, labrada en piedra burocrática a través de los aumentos automáticos de sueldo por antigüedad. En la nueva economía, tales recompensas por los servicios han disminuido o desaparecido. Así que si bien no necesariamente por plata baila el mono, la falta de incentivos y de estímulo económico por la carrera deterioran significativamente el valor del trabajo.

Asimetrías flagrantes

Por otra parte las ventajas económicas dependientes de la cualificación son cuantiosas en los niveles superiores de la escala de habilidades, pero más pobres en los inferiores. cada vez mas las tareas delos obreros de cuello blanco se ven devaluadas lo que anticipa (como efectivamente esta sucediendo) dificultades de los artesanos de la nueva economía y consiguientemente una llamada de atención contra el triunfalismo que suponía que un ttíulo de ingeniero en software o de analista de sistemas aseguraría empleabilidad de largo plazo a las jóvenes generaciones.

En Estados Unidos y en Gran Bretaña, el crecimiento de la nueva economía ha impulsado a muchos de estos trabajadores a encerrarse en sí mismos. Las empresas que muestran escasa lealtad con sus empleados reciben a cambio escaso compromiso por parte de éstos. Cada vez mas la rotación (attrition rate) de las empresas crece a velocidad vertiginosa. Las compañías de internet que tuvieron problemas en los primeros años del siglo XXI aprendieron una amarga lección, pues sus empleados, antes que esforzarse por ayudar a sobrevivir a las empresas en peligro, prefirieron abandonar el barco. Nada indica que no sucederá lo mismo si las empresas de redes sociales también desfallecen en corto tiempo.

Si bien el trabajo que se realiza en empleos de la nueva economía es cualificado, muy exigente e impone horarios prolongados, sigue siendo una tarea disociada. Sennet da por mas que probado que son mas que escasos los técnicos que creen que serán recompensados por el hecho de hacer bien un trabajo, sin otra finalidad. El artesano moderno puede cultivar en su fuero interno este ideal, pero dado el sistema de retribuciones, ese esfuerzo será invisible. En resumen, desde el punto de vista social, la desmoralización tiene muchos aspectos, a veces contradictorios entre si y dificilmente tratables.

Contrariamente a lo que repite la vulgata, no es cierto que en las empresas orientadas hacia el procesamiento de la información, la gran mayoría de los empleados estén satisfechos y hayan logrado hacer coincidir el deseo con la satisfacción y la productividad. Todo lo contrario.

La educación moderna teme que el aprendizaje repetitivo embote la mente

Probablemente uno de los mas grandes obstáculos para esta reconciliación esta en la visión ingenua y reduccionista que tenemos del entrenamiento (de habilidades) que automáticamente descartamos como genuflexión frente al fordismo automatizado. Ese entrenamiento estaba en la base de la formación artesanal, pero se perdió completamente con la promoción de la abstracción y la evaluación estandarizada en la educación masificada. Además erróneamente se supuso que la automatizaciòn volvería irrelevante ese entrenamiento de los sentidos.

Como bien esboza Sennett el desarrollo de la habilidad depende de cómo se organice la repetición. Por eso en la música, como en los deportes, la duración de una sesión de práctica debe juzgarse con cuidado: la cantidad de veces que se repite una pieza depende del tiempo durante el cual se pueda mantener la atención en una fase dada del aprendizaje. A medida que la habilidad mejora, crece la capacidad para aumentar la cantidad de repeticiones

En la sociedad moderna, estos preceptos relativos al desarrollo de la habilidad a través de la práctica chocan con un gran obstáculo. Sennett remite al mal uso que se puede hacer de las máquinas. En el lenguaje común, lo «mecánico» equivale a lo repetido de manera estática. Sin embargo, gracias a la revolución que ha tenido lugar en la micro informática, la maquinaria moderna no es estática; gracias a los bucles de retroalimentación, las máquinas pueden aprender de su experiencia. El mal uso de la máquina consiste en impedir que las personas aprendan con la repetición.

Barrabasadas anticorporales

Los errores garrafales de diseño que se hicieron en el montaje del Georgia’s Peachtree Center, situado en los límites de Atlanta le sirven a Sennett como anillo al dedo para mostrar los riesgos que se corren cuando pasamos al acto computacional y desconectamos al cerebro de su relación indisociable con la inteligencia corporal.

Lo táctil, lo relacional y lo incompleto, son experiencias físicas que tienen lugar en el acto de dibujar. El dibujo representa una gama más amplia de experiencias, lo mismo que la escritura, que abarca la revisión editorial y la reescritura, o que la ejecución musical, que comprende la repetida exploración de las misteriosas cualidades de un acorde determinado. Lo difícil y lo incompleto deberían ser acontecimientos positivos en nuestra comprensión; deberían estimularnos como no pueden hacerlo la simulación ni la fácil manipulación de objetos completos.

Se puede dejar a las máquinas hacer ese aprendizaje mientras los humanos sirven como testigos pasivos y consumidores de la competencia creciente, pero sin participar en ella. Por esta razón Renzo Piano, diseñador de objetos muy complicados, vuelve, en un proceso circular, a dibujarlos a mano a grandes rasgos. Los abusos del CAD ilustran cómo, cuando la cabeza y la mano se separan, la que sufre es la cabeza.

«Conocimiento encarnado» es una expresión actual de moda en las ciencias sociales, pero «pensar como artesano» no es sólo una actitud mental, sino que tiene también una importante dimensión social. La proliferación de labs se hace cargo de esa demanda y si bien aun falta mucho para que escalaren y se conveirtan en la matriz de una nueva forma de producción/acción, su omnipresencia, formatos de trabajo, productos y creciente demanda ciudadana muestra su encarnación de las tesis de las desorganizaciones lashianas.

Dificultades motivacionales

Algunos esfuerzos para motivar un buen trabajo en nombre del grupo se han revelado vanos, como lo demuestra la degradación del marxismo en la sociedad civil soviética pero también en muchas instituciones de las sociedades en vías de desarrollo. El capitalismo occidental ha afirmado a veces que lo que más motiva a trabajar bien no es la colaboración, sino la competencia individual, pero en el dominio de la tecnología avanzada, las empresas que facilitan la cooperación son las que han obtenido resultados de mayor calidad.

El mejor ejemplo en este sentido es el crowdsourcing y las formas de trabajo cooperativo, aplanadas, par a par que han tenido un enorme éxito en el mundo digital, pero que se iniciaron en el analógico y cruzan indiferentemente de uno a otro con éxito creciente.

Un segundo problema reside en el desarrollo de habilidades como vimos mas arriba al separar a la cabeza de la mano.

En tercer lugar, está el problema derivado de los criterios de calidad en conflicto: uno, basado en la perfección; el otro, en la experiencia práctica. El filósofo descubre en este conflicto las reivindicaciones divergentes del conocimiento tácito y del conocímiento explícito; en su trabajo, el artesano se siente empujado en direcciones contrarias.

Estas contradicciones revelan el fin de una epoca, la disolución del ideal del trabajo significativo y la tremenda crisis no tematizada (salvo por autores no demasiado conocidos como son Francois Dubet en El declive de la institución: profesiones, sujetos e individuos en la modernidad (2006) o Marc Angenot en El discurso social. Los limites históricos de lo pensable y lo decible (2010)) en ambos casos exigiendo que la nocion de trabajo significativo debe ser resemantizada de cabo a rabo.

NB Esta tercera sección ha glosado pari passu diversos pasajes de la primera arte de El Artesano. proximamente indagaremos otras aristas de la probelmatica y sobretodo nos sumergiremos en la obra mas reciente de Sennett Together: The Rituals, Pleasures and Politics of Cooperation, a fin de profundizar esta compleja y rica problematica.

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3 comentarios

  1. Estimado Alejandro, me quisiera invitarlo a participar del próximo número de nuestra revista y publicar la conferencia que pronunció el año pasado en el Primer Congreso Internacional de Periodismo Autogestionado.
    Atentamente,
    Jimena Néspolo

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