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Ciencia abierta y mentes cerradas en la era de las desintermediación desenfrenada

swartz

En el mundo hay mucha gente que piensa y hace de lo mejor. Antes identificarlos era mucho mas difícil porque vivíamos en un mundo de escasez, de bajo acceso, de nichos incomunicados. Hoy gracias al poder desintermediador de Internet estas murallas (como las de Loudun) empiezan a derribarse, y de pronto es posible entablar conversaciones y fomentar encuentros de alto voltaje intelectual, aunque vivamos a miles de km de distancia, o cuando nuestros antecedentes de encuentros físicos hayan sido mínimos. Despues de haber departido con Joaquín Rodríguez y Antonio Lafuente en algunas ocasiones, habiendo leído La Nueva Ciudad de Dios. Un Juego Cibercultural Sobre el Tecno-Hermetismo con coautoria de Andoni Alonso, estos tres quijotes de lo abierto me pidieron un prólogo para su próxima obra a ser publicada en Cátedra bajo el titulo “Todos sabios! Ciencias ciudadana y conocimiento expandido”. Mas alla de mi vagancia crónica y de lo cómodo que es leer en vez de escribir, ante su insistencia no me quedó sino complacerlos y he aquí lo que su excelente obra despertó como eco ligeramente desfasado. Gracias amigos

Dar la vida por lo abierto

Enero de 2013 nos despertó con una noticia que jamás habríamos querido encontrar como titular de algún medio y mucho menos ver devenido en un hashtag muy concurrido en la red. Un joven de 26 años se suicidaba, no por motivos amorosos o por algún desengaño político, sino por haber sido amenazado por una fiscal federal de USA con penas de 30 años de cárcel y 1 millón de dólares de multa por haberse animado a regalarle al mundo una base de datos conteniendo 4 millones de artículos científicos.

El juicio que debería haberse celebrado a principios de abril del 2013 lo ponía entre las cuerdas, no por haber intentado (y logrado) hacerse de números de tarjetas de crédito, no por haber usufructuado información confidencial en provecho propio o de terceros, no por haber descollado en el comercio algorítmico, no por haber ganado un sólo centavo con sus habilidades magistrales habiendo convertido al código computacional en un arte. Sino porque usufructuando clandestinamente la red del MIT y sus credenciales -el que era un alumno de lujo de Harvard- logró acceder a la base de datos de JSTOR (archivos académicos) y descargar 4 millones de archivos sin siquiera ocultar su identidad. Al punto de que en cuanto se descubrió que había enchufado una portátil a la red y que era suya, entregó los discos y JSTOR quiso que todo terminara -no asi el gobierno de USA y el propio MIT.

El suicida se llamaba Aaron Swartz y fue uno de los activistas de Internet que hicieron de la libertad de expresión y de la internet abierta una de sus banderas; fue parte gigante del freno a SOPA/PIPA, y como hacker había colaborado en la especificación RSS a los 14 años y hasta cofundado REDDIT en 2010 .

Como bien dijo Cory Doctorow en una de las innumerables obituarios que sacudieron a la red: “Para el mundo: todos perdimos hoy a alguien que tenía más trabajo por hacer, y que hizo del mundo un lugar mejor cuando hizo su trabajo.”

Este infortunado suicidio de Swartz está mas que ligado a la tesis de Antonio Lafuente/Andoni Alonso/Joaquín Rodríguez acerca de que ser sabios no es cosa de unos pocos. ¿Cómo es posible establecer este inesperado paralelismo?

Sístole y diástole del conocimiento entre el ocultamiento y el develamiento

Para los autores de esta obra sagaz y bien documentada, hacer ciencia es sinónimo de hacer públicos sus resultados. Pero lo que parece obvio para los cibernautas, entra en clara contradicción con una tradición que data ya de 5 siglos, esclavizada en imponer una lógica apegada a mecanismos de reconocimiento y de consagración tradicionales basados en la escasez, la excelsitud y los grandes nombres propios asociados a laboratorios o universidades ídem.

Nos encontramos -como bien dicen los autores- ante una monumental paradoja: la academia solo puede cambiarse desde adentro, pero justo los que están adentro son los que menos quieren que algo cambie, y mucho menos aquellos a quienes la academia les brinda poder, autoridad, capacidad de sanción y sobretodo beneficios económicos y existenciales endogámicos enormes.

Por ello las preguntas con la que los autores inician su periplo son de una contundencia elemental: ¿Qué nuevos formatos y herramientas podrían sustituir a los medios tradicionales de comunicación y distribución de los contenidos científicos?, ¿Qué mecanismos de reconocimiento y acreditación podrían renovar a las camarillas desconocidas de pares revisores?, ¿Qué idea de propiedad intelectual integral podría venir a completar la percepción fragmentada y engañosa que se tiene de ella?, ¿Qué mecanismos y fórmulas de participación social instituida se podrían arbitrar para dar legitimidad a lo investigado?

Responder a estas preguntas, que se hicieron ocasionalmente durante décadas pero que explotaron con el advenimiento masivo de la red, supone poner patas para arriba el proceso editorial (de circulación de conocimientos científicos) centrado en la gestión digital de los contenidos. Porque la gestión y curadoría digital de contenidos implica explotar/explorar los textos (hechos generados a partir de artefactos) de una manera mucho mas rica que como se viene haciendo hasta hoy. Porque de lo que se trata es no sólo de «liberar» el acceso a los textos, sino también de imaginar una nueva alianza digital entre la máquina de hacer ciencia y las herramientas digitales permitiendo una libre circulación entre la Big Science y las Big Humanities y en concreto la construcción de una Tercera Cultura amplificada.

¿Autonomización del saber o de los negocios del saber?

Curiosamente la autonomización de la ciencia ha llevado en un proceso casi medio milenario a la autonomización de los científicos de las demandas sociales y a un desconocimiento profundo de la matriz política de toda ciencia (como bien denunciaban ya hace décadas atrás Jean Solomon en Ciencia y política (1974) y Amílcar Herrera en Ciencia y política en América latina (1971).

Como bien decía Louis Althusser a mediados de la década de 1960 la filosofía espontánea de todo científico es el positivismo. Paralelamente desde fines de la década de 1970 Bruno Latour viene denunciando una ingenuidad rayana en el suicidio epistemológico detentada por la mayoría de los científicos (especialmente los que aun tiene trabajo bien remunerado en el sistema universitario o estatal que nutre a la Gran Ciencia).

Porque la casi totalidad de la cofradía científica sigue suponiendo que la ciencia avanza por la fuera intrínseca de las ideas verdaderas a menos que la realidad… la distraiga y corrompa. «Si lo racional no coincide con lo real tanto peor para lo real» enunciaba el gran Wilhelm Hegel a principios del siglo XIX. Dos siglos mas tarde esta misma visión encarna cada vez con mayor fuerza en los políticos y en los científicos para sorpresa y estupefacción de los legos, mientras nos enfrentamos a un mundo cada vez mas hipercomplejo y entrelazado donde la política supura en cada esquina de la vida social.

El paradigma «open» se dice de muchos modos

La obra de Lafuente/Alonso/Rodríguez navega por los escollos peligrosos del Open agora, recorre el rol central que Eugene Garfield impuso en los actuales esquemas de los Citation Reports, revisa la crisis del peer review (ilustrado por el famoso y vilependiado caso Sokal), hace una fenomenología de la libido científica y de su convergencia con la edición electrónica, y postula el devenir autor de todos los productores de conocimiento.

Hay una gran solidaridad entre las nuevas formas de hacer ciencia, inventariadas por ejemplo por Michael Nielsen, con un énfasis en la colaboración y la cogestión, y la inclusión de la participación ciudadana, y el permiso a la libre circulación de los nuevos productos científicos en manos de demandas sociales de los mas variadas.

Siendo la revolución de Internet una revolución editorial (quizás con mayor profundidad aun de lo que lo fue la imprenta en su momento), lo que se desestabiliza con la edición digital no es ya solo el acuerdo de los saberes, sino también la forma de producirlos, socializarlos y sobretodo de consumirlos y reinventarlos.

El libro de Lafuente/Alonso/Rodríguez está tejido de la misma estopa de la que dice ser vehículo y nexo, y por ello no debe extrañar que junto a manifiestos, reportes, informes de alta gama y sofisticados análisis, le preste el tributo que se merecen a pioneros del campo digital, como Henry Jenkins y su mapa de competencias digitales, o a programas de democratización de la expresión digital como el Scratch desarrollado por Mitchell Resnick en el MediaLab del MIT.

Igual el peso mayor de su libro está puesto en el Open Data (que aquí remite al OpenWetware, a Ushaidi, a Crisis Commons, a Crimespotting.org, a Global Pulse), que se ha traducido en encuentros como Big data for the Common Good, o en proyectos como Inclusiva-net del MediaLab Prado de Madrid, una plataforma dedicada a la investigación, documentación y difusión de la teoría de la cultura de las redes.

Reculer pour mieux sauter

Página tras página en un texto denso cargado de notas y referencias desfilan protagonistas claves de este camino hacia la apertura y la democratización del conocimiento como son Elinor Ostrom, Kenneth Boulding, André Gorz, Peter Senge, Marcia Marsh, Muhammad Yunus, Thomas Malone, Karl Polanyi, Franz Boas, Bronislav Malinowski, Geert Lovink, y muchos mas, quienes provenientes de áreas muy diversas y separados por décadas muy distantes entre si, conforman un sólido bloque de fundamentos de estas nuevas prácticas y convocan a ensanchar esta conversación apelando a libros anteriores de los propios autores de Todos sabios! Ciencia ciudadana y conocimeinto expandido.

La obra de Lafuente/Alonso/Rodríguez dedica un espacio significativo a la ciencia que se hace por amor (al prójimo), a los científicos amateurs, a la saga de Lorenzo’s Oil, pero también a la inversa de estas variantes populistas como es el Proyecto Myelin, que abre la posibilidad a una ciencia a la carta, y nos remite a mucha obras de ciencia-ficción como Gattaca en donde se consolidará una división de hierro entre la ciencia para los ricos y la no-ciencia para los pobres.

Lafuente/Alonso/Rodríguez también dedican unos apartados muy sugerentes a lo que denominan Ciencia Tetris vinculados a proyectos de computación distribuída y de masas, y de ciencia ciudadana con ejemplos llamativos y con referencias siempre actuales y de altísimo impacto. También brindan páginas llamativas a la ciencia 2.0, a la innovación a la cultura y a la ciencia abiertas.

La ciencia abierta no se impondrá por si misma

Gran parte de su derrotero está atravesado por la máxima de Ulrich Beck para quien “la modernidad reflexiva exige que el escepticismo se extiende hasta los fundamentos y riesgos del trabajo científico y que la ciencia se generalice y desmitifique al mismo tiempo”. Pero una cosa es el deber ser y otra cosa es el querer hacer (prototipo respectivamente de los científicos de antaño y de los de ahora).

Hace mucho tiempo que exploradores de la síntesis como Juan Freire, como Helga Nowotny o como los mismos Lafuente & Alonso (coautores de este libro) vienen abogando por una ciencia 2.0, un modo 2 de hacer ciencia, o una ciencia expandida. Y si bien este libro es una encendida defensa de cómo profundizar en estas propuestas, la ciudadela científica hace lo imposible por negar lo evidente y tragedias como las de Aaron Swartz muestran como, a veces algunos mártires pagan con su vida estos intentos liberadores.

Es cierto que The digital humanities Manifesto 2.0 va en la dirección señalada por los autores mostrando una convergencia de temas, métodos y formas de ver/hacer altamente auspiciosos. No lo es menos que los intereses afectados, las cocardas pisadas, y los riesgos para trayectorias profesionales en piloto automático, que estas propuestas suponen, son un precio demasiado caro a pagar por multitudes de acomodados para quienes sacrificios como los de Swartz son merecidos.

Los autores están lejos de toda ingenuidad como nos recuerdan en la conclusión cuando insisten porque debemos trabajar para que todos seamos sabios. Nada hay en sus sugerencias y señalamientos que los amontone del lado de la ingenuidad, el tecnorreduccionismo o las quimeras digitales. Además la bibliografía que aportan es de una exhaustividad y una amplitud encomiables.

Sin embargo no por leer este libro nosotros, ni por haberlo escrito ellos tenemos garantizados que ni una centésima de las propuestas que ellos hacen se concreten a la brevedad y con éxito. La política es un terreno minado y los científicos y los académicos hace rato que hemos visto anestesiarse nuestras capacidades para jugar en este terreno con hidalguía pero sobretodo con eficacia.

Está muy bien que un pionero de la Inteligencia Colectiva como Pierre Levy nos inste a ser ciberdemocráticos. Debería alentarnos que un esforzado mentor de estas cuestiones como fue el presidente Barack Obama haya ganado su primera elección -y haya logrado su reelección- defendiendo muchos de los postulados esbozados por los autores. Pero la lucha micropolítica que hay que dar en el terreno de la liberación de la ciencia y la tecnología exigen habilidades, competencias y voluntades que recién se están templando y forjando. Y que en cualquier momento se cobran victimas como Aaron Swartz, cuando no de poblaciones y etnias enteras al tratar de cuestionar el status quo científico y epistemológico.

El camino está abierta pero la decisión y el compromiso son los que valen. Ojalá muchos investigadores, analistas, funcionarios y ciudadanos sumen a su buena conciencia, tiempo, dedicación y sobretodo encarnen formas de vivir acordes con los desafíos que los autores proponen, a partir de un balizamiento encomiable de un nuevo paradigma que lucha por nacer, mientras fuerzas centenarias se esmeran por esmerilarlo.

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4 comentarios

  1. Hermoso artículo, muchas referencias de interés, tremenda reflexión.
    Un abrazo!

  2. […] Ciencia abierta y mentes cerradas en la era de las desintermediación desenfrenada – En el mundo hay mucha gente que piensa y hace de lo mejor. Antes identificarlos era mucho mas difícil porque vivíamos en un mundo de escasez, de bajo acceso, de nichos incomunicados. Hoy gracias al poder desintermediador de Internet estas murallas (como las de Loudun) empiezan a derribarse, y de pronto es posible entablar conversaciones y fomentar encuentros de alto voltaje intelectual, aunque vivamos a miles de km de distancia, o cuando nuestros antecedentes de encuentros físicos hayan sido mínimos. […]

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