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Mes: junio 2013

Arrimándonos muy de refilón a la magia de Marruecos

Imagen 3

No fue mi primera vez en Africa. Ya había pasado un tiempo en Dakar, otro tanto en Túnez en un par de visitas recientes, y lo mismo sucedió con Dubai y Riyahd. En todos esos lugares estuve mas o menos cerca del desierto, subí a algún camello, comí toneladas de appetizers locales, ví mujeres con más o menos velos, visité mezquitas, llegué a charlar con árabes vestidos en distinguidas túnicas blancas, y pude apreciar la belleza de sus construcciones (hermoso pueblo blanco Sidi Boud Said que visitamos con Alejandro Prince y Patricia Bertolotti), lo pretencioso de sus apuestas arquitectónicas (como la Kingdom Tower en Riyahd), y sobretodo la voluntad de hacerle pito catalán al desierto, a la pobreza y a la tradición e inventarse una Las Vegas de carne y hueso como es el caso de Dubai y sus mil y una fantasías hechas realidad empezando con el hotel vela Burj Al Arab y el edificio mal alto del mundo el Burj Kalifha.

Pero sin quitarle mérito a ninguna de estas sensaciones, faltó mucho en esas visitas anteriores para captar y apreciar algo mas profundo y mas auténtico de la Africa sentida. No se trataba de fechas ni de cargos, ni de lecciones de historia a la page, ni de guías mas o menos versátiles y poliglotas, capaces de transmitir en mayor detalle y con capacidad de traducción cultural algunos de los secretos imperecederos de la cultura árabe.

Mas allá de estarnos completamente vedada su lengua, la posibilidad de sumirnos en sus valores y deseos, en sus tradiciones y en sus acervos, en su sensibilidad y en su forma de vernos, condenada desde siempre al fracaso y al silencio, distanciados como estamos por de la comunicación directa, franca y transparente con ellos era una deuda que había que pagar.

Por eso una breve excursión a Marruecos (frustrada en Julio de 2009 por la enfermedad de Francis Pissani que me llevó a suplantarlo en Málaga -impidiéndonos llegar a Tánger y Fez- en la clase inaugural de los cursos de la UNIA) pudo llegar a ser el fiel que inclinara la balanza y decidiera de qué lado del mostrador estamos cuando queremos determinar cual es el nivel de «arabeidad» que tenemos en el cuerpo y en la mente.