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De la literatura como ocasión para el sentimiento a la literatura como ocasión para la interpretación

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«Nuestros instrumentos de escritura contribuyen a nuestro pensamiento» (Nietzsche)

Las amenazas fisiológicas de la conversiòn digital y el desconocimiento de la materialidad de la cultura.

Es un lugar común insistir que el advenimiento de la religión digital está causando las mismas zozobras, utilizando mecanismos similares, y generando polémicas y discusiones muy semejantes, a las que la humanidad ha vivido en ocasiones anteriores. Ya sea cuando se inventó la imprenta, o mucho mas lejano en el tiempo, cuando se diseñaron los primeros alfabetos, y la oralidad fue sustituida por la viralización de la escritura, en particular a través de la construcción de su versión alfabética.

Nosotros mismos lo hemos repetido en innumerables ocasiones por lo cual conviene ir en otras direcciones de trabajo mas ricas que las letanias o constataciones. Es lo que ha hecho Karin Littau en Teorías de la Lectura. Libros, cuerpos y bibliomanía (Manantial, 2008) en una obra mas que valiosa que investigaremos en estos vuelos por sobre el continente americano, un lugar idea para trabajar en esta Biblioteca en el Aire que es la combinacion de una iPad, cuya batería para escribir puede durar indefinidamente, y un par de libros que aportan mucho para seguir profundizando en los infintios vericuetos que supone tomarnos en serio a El paréntesis de Guteberg.

Uno de los aspectos mas interesantes de estas investigaciones cruzadas es que ambos (los apólogos del libro, los apólogos de la computadora) pasan por alto un hecho crucial, a saber el carácter material de los contenidos empaquetados en distintos formatos. Porque un libro (y una pantalla) no son uno sino que siempre son (al menos) dos: un artefacto manufacturado y un transmisor de significado. Esta disociación entre ambas funciones es bastante reciente, no tiene mas de un siglo. Al haberse producido en forma oculta y poco reconocida, esconde el principal motivo por el no cual no podemos pensar, ni realizar una transición remedial del papel a la pantalla, y terminamos invariablemente enredados siempre en discusiones estériles, simplistas y básicamente reduccionistas.

También este proceso es el principal responsable de haber liquidado definitivamente al carácter revulsivo de la oralidad habiends sancioando al mundo analìtico como al privilegio supremo de la razòn y la argumentación.

Maquinarias técnicas y procesos de significaciòn textual

Porque cuando vinculamos estas dos líneas de investigación -la que analiza la maquinaria técnica del texto escrito y la que indaga acerca de los procesos de significación textual-, como hacen silenciosa, implacable y magistralmente tanto Littau como un puñado de autores ejemplares por ella citados como Jonathan Boyarin, Patrick Brantingler, Matei Calinescu, Michael Camille, Guglielmo Cavallo, John Feather, Kate Flynt, Larry Friedlander, Holbrook Jackson, Friedrich Kittler, D.E.Mackenzie, Henry-Jean Martin, Andre Murphy, Mark Rose, Paul Senger queda de manifiesto de que manera la producción material incide sobre la producción de significado.

Los textos, independientemente del soporte, ponen en contacto el contenido, la forma y la materia, y los lectores reaccionamos frente a los códigos lingüísticos y literarios de maneras idiosincráticas. Por si todo lo anterior fuera poco, leer es un hecho físico. Cuando el lector lee (en papel o en pantalla) son dos cuerpos los que se ponen en contacto, uno hecho de papel y tinta, o de chips y carbono y el otro de carne y hueso en ambos casos.

Y aunque hoy hayamos perdido la pista y los antecedentes -y todos los autores mencionados anteriormente nos la devuelven detalladamente-, la lectura en voz alta no es la única prueba de que leer es un trabajo corporal. La historia literaria esta colmada de referencias a la lectura en cuanto experiencia que afecta profundamente al lector generando lágrimas, carcajadas, miedo o curiosidad. Solo que el año 2010 estas reacciones se asocian demasiado rápidamente a Corin Tellado y a la liteartura menor o popular. Seria un síntoma de la incapacidad de esas clases populares el no poder deslindar el conocimiento de la afectación, y a la racionalidad de las pulsiones humorales.

Diciéndole no a las emociones paratextuales

Si hasta hace un siglo o dos atrás el arte era persuasión, movilización, alteracion sensorial, impacto, llamado a la acción -en las antípodas de la distancia brechtiana que paradójicamente buscaría ese mismo efecto-, todo el siglo XX estuvo orientado a recuperarnos de esas exageraciones y desvíos emocionales, y a convertirnos en espectadores desapasionados pero sobretodo en críticos adustos, imparciales y profundamente racionales de nuestra animalidad.

Mientras -desde Roger Chartier a Robert Darnton, también profusamente citados por Littau- se multiplica la evidencia de que la manera en que la gente lee y hasta la experiencia misma de la lectura depende de las tecnologías utilizadas para registrar la palabra escrita. Dicho con mayor precisión, las tecnologías de los medios no solo han cambiado nuestra relación con la escritura y la lectura sino también nuestra percepción del mundo y hasta la percepción misma.

La convergencia fisiológico/material/tecnológico

Por eso para avanzar en estas líneas de trabajo conviene tener siempre bien clara la convergencia en la comunicación literaria de lo fisiológico, lo material y lo tecnológico. Y es impensable profundizar en los vericuetos de El Paréntesis de Gutenberg si previamente no abrevamos simultánea y entretejidamente con estas tres dimensiones de la producción de sentido.

Yendo en esta direccion se hace mas que evidente el deja vu que experimentamos hoy con la crítica por parte de la cultura letrada de la cultura de la imagen, y en particular del pensamiento en red. ¿O acaso ya en 1766 un prócer de la modernidad como Inmanuel Kant no se irritaba por la acción de la lectura sobre el vulgo, al que atribuía cabeza de pergamino por pensar mas que con su cabeza con la de las de sus lecturas?

Por ello nada causalmente un diccionario francés de 1744 consideraba que la bibliomanía (lo mismo dicen los críticos hoy de la iconofilia) habría infectado a las sociedades de Occidente y se habría convertido en una de las enfermedades del siglo XVIII.

Mientras tanto el mejor historiador del mundo especializado en bibliomanía Holbrook Jackson sostenía irónicamente que escribía sobre la bibliomanía para mantenerse ocupado y librarse de ella. Lo mismo dirían hoy de quienes escribimos de/sobre Internet para no ser tragados por la navegacion/atracción infinita que nos provoca la red.

Bibliomanía/Bibliofrenia

La bibliomanía -bibliofrenia la bautizò Joaquin Rodriguez en un bello librito– se manifestaba de distintas formas como fiebre lectora, como eese mismo mal de leer novelas que ya había afectado a Don Quijote uno de sus primeros enfermos a principios del siglo XVII, y que se iría expandiendo y profundizando con el correr del tiempo, como la malaise cultural mas vasta de la modernidad, a saber la sobrestimulación sensorial. Pero ya fuese buena o mala lo que estaba claro era que la lectura era un proceso evidentemente fisiológico.

A medida que la lectura se masificaba el riesgo de multiplicar Don Quijotes se volvía evidente- Algo que hoy vemos reeditado en la cantidad de tontos artículos periodísticos, pero también de sesudas monografias y ensayos, que hablan de los nefastos efectos del cine narrativo y de las experiencias extracorporales «aliuenantes» que promete (aunque nunca cumple) la realidad virtual.

Según estos críticos ingenuos pero interesados, al identificarnos tan profundamente con los personajes imaginarios queda claro que la mente no puede ponerle freno a los impulsos del cuerpo. La novela en vez de elevar el lector de las sedaciones al intelecto, gratificaría los instintos mas groseros al apelar a las sensaciones mas que a la facultad de comprensión.

Pero hay formas mucho mas interesantes de recorrer nuestra historia de aculturaciòn alfabetizada, nuestra colonizaciòn por parte de la imprenta, y de avirozar los futuros que tenemos abiertos a partir de la apariciòn de nuevos soportes y registros como el gramófono, las pelìculas y la Red que esta letania interminable siempre a favor de los viejos medios.

Materialismo tecnológico

Como bien dice Friedrich Kittler (en obras como Discourse Networks 1800 / 1900, 1990 y Gramophone, Film, Typewriter, 1999) abriendo luna línea de trabajo de la tecnología en términos de materialidad que nosotros endosamos los seres humanos cambiamos de posición, de ser agentes de la escritura nos convertimos en una superficie de inscripción.

Littau insiste en que su libro es antihumanista porque antepone una noción nietszcheana de la estética como fisiología a una estética kantiana del desinterés racional. La historia de la dialéctica medios/cuerpo producida en las últimas décadas avala plenamente su elecciòn.

Kittler fue uno de los primeros en mostrar que mientras no existió el cine, el libro tenía el monopolio de la sensualidad y del recuerdo. Una lectura apasionada nos llevaba a alucinar significados entre las letras y las líneas. Pero el advenimiento del cine terminó con este monopolio (aunque los escritores todavía hoy sigan alucinando esa especificidad e insisten en que la única revolución posible es la literatura).

El escritor de principios del siglo XX quería conmover al delicado lector con una descarga eléctrica. Justamente eso que el cine recuperaría y potenciaría de modo supremo a lo largo de todo el siglo XX. El cine es la bisagra que deja atrás al papel y anuncia una cultura que tendra sede de origen en la pantalla.

Dando un salto descomunal, avanzado retrogresivamente, antes de avanzar con Littau podemos retroceder con Havelock y articular la perdida de materialidad y de sensualidad de nuestro contacto con el imaginario con una operaciòn precedente hecha en los albores de la humanidad respecto del silencianamiento de la palabra épica oral y su sometimiento a la disciplina alfabética.

Porque la filosofìa solo fue posible con cel alfabeto

Platón cerró la era de oro de la oralidad a través de una operación sumamente compleja que muy pocos -entre ellos descolla en grado extremo Eric Havelock con obras maravillosas como Prefacio a Platon y La musa aprende a escribir. Reflexiones sobre oralidad y escritura desde la Antigüedad hasta el presente – lograron entender, basándose en una especificidad del idioma griego -astutamente adivinada por Martin Heidegger.

Porque el alfabeto griego fue el primero y el único -en la antigüedad- en suministrar una lista exhaustiva de elementos atómicos de sonido acústico que a través de diversas combinaciones podían representar las moléculas del habla lingüística.

El principio estructural básico es siempre el mismo ya sea que usemos la escritura griega, romana o cirílica. He aquí la bisagra que significó el griego (y de la que sea aprovecharía Gutenberg 20 siglos después). Los sistemas anteriores nunca habían llegado a registrar la gama completa del lenguaje según se lo usaba oralmente.

Como ocurre siempre en estas remediaciones, el alfabeto se utilizó al principio para registrar al lenguaje oral como estaba previamente dado a efectos de la entronización de la épica, la lírica y el drama griegos. Hasta allí se trataba de una mera transcripción o transliteración.

Del registro de la oralidad a la invenciòn de los documentos

Pero la revolución del alfabeto -que culminaría con la imprenta y los cinco siglos del reinado del Paréntesis de Gutenberg- comenzó cuando se advirtió que el registro completo de los sonidos lingüísticos podía colocarse en un nuevo tipo de almacenamiento que ya no dependía de los ritmos usados por la memoria oral.

Este registro podía convertirse en un documento, un conjunto permanente de formas visibles, reexaminables -y también olvidables-, a voluntad. Fue en ese momento cuando los mecanismos de la memoria oral empezaron a ser sustituídos por la prosa documentada, las primeras historias, las primeras filosofías, los primeros cuerpos de retórica en prosa.

La sintaxis activista y los agentes vivos propios de la oralidad (repetición y localización espacial como nos enseñó el arte de la memoria recapitulado en la bella obra El arte de la memoria de Francis Yates) podrían ser reemplazados por una sintaxis reflexiva de definición, descripción y análisis. Esto es lo que comparte desde Platón a Hussserl (con excepciones claro como fueorn los casos Spinoza y Nietszche) toda la tradición filosófica occidental.

La palabra rítmica va camino del olvido

La cultura dejó de ser estar abrigado en el ser de la palabra y migró al ámbito del discurso en forma analítica, reflexiva, interpretativa y conceptual. La palabra rítmica como vehículo de almacenamiento se volvió obsoleta y perdió valor funcional con la sociedad.

Sin embargo el valor indicativo de la palabra poética perduró durante siglos en la sociedad europea y para muchos sigue siendo un tesoro insustituible, aunque marginalizado. Lo cierto es que el camino que va de La Eneida de Virgilio pasando por La Divina Comedia del Dante hasta llegar al Paraíso Perdido de Milton muestra con fuerza este pasaje.

Como bien decía Havelock a mediados de los años 1980 «Solo en el siglo XX, se ha cumplido por completo la lógica de la transferencia de la memoria al documento. La nuestra es (¿fue?) una cultura prosaica«. Tan preocupado estaba Havelock por este Paréntesis Alfabético en la cultura occidental que pedía a gritos que nuestra herencia oral siguiera funcionando. Según él las formas cognitivas asociadas al ritmo, la narración y la pragmática eran un complemento necesario para nuestra conciencia escrita abstracta.

Curiosamente 100 años de cine empezaron a agujerear esa convicción y las promesas de retorno a la oralidad (en su forma secundaria) de Internet y las redes sociales amenazan como ninguna otra tecnología del conocimiento esa hegemonía del alfabeto. (Loas eternas a Derrick de Kerckhove quien en La piel de la cultura Investigando la nueva realidad electrónica olfateó este retorno hace ya mas de una década atrás).

Hoy justo estamos parados en ese momento anunciado hace décadas atrás por talentos como Jack Goody, Michael Cole, Ian Watt, Marshall Mc Luhan, Ian Innis, y tantos otros clarividentes de la escuela de Toronto.

Pero esta ruminaciones claves en vez de quedar encerradas en congresos y academias como ocurria hace 30 años (es imperdible recorrer las actas del congreso celebrado en el programa McLuhan en la Universidad de Toronto en Junio de 1987 y publicado en castellano como Cultura escrita y oralidad a manos de David Olson & Nancy Torrance (Gedisa, 1998)) esta discusiòn y la reinvenciòn de la oralidad está atravesando a la sociedad toda.

Y sin quererlo ni beberlo la entrega de decenas de millones de laptops a los estudiantes primarios y secundarios de todo el mundo va en esta inesperada y llamativa dirección. Ya volveremos sobre el tema. Y esperamos que la semana pròxima la mas de treintena de oradores que conforman el bricolage del CCGSM honren esta necesaria y postergada discusiòn.

Publicado enEventosInfo-TecnologíasInteligencia ColectivaIrreduccionismoMemeticaPolialfabetismos

2 comentarios

  1. Carina Maguregui Carina Maguregui

    Mientras iba avanzando en la lectura emocional/fisiológica de esta editorial -en la pantalla de la compu- me vino a la pantalla de la mente, una y otra vez, la experiencia que significó ver/atravesar «El tiempo recobrado» de Proust en versión/formato/fílmico de Raoul Ruiz. http://www.youtube.com/watch?v=t0fyGX0DsdI&feature=related

  2. […] página impresa cuando se enfrenta a la lectura de la palabra electrónica en pantalla. Y es que, como recuerda el señor Piscitelli en un recientísimo artículo donde repasa a los sabios que en las últimas décadas nos han descubierto esa fisicidad, la […]

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