Saltar al contenido

La obelisquización de Buenos Aires

obelisco.jpg
De pocos autores -salvo de los clásicos que por eso no son nada clásicos- se puede decir que el tiempo en vez de adocenarlos los indisciplina y los agigante. Los vuelve tercos y respetables, los muestra en su implacable contradictoriedad y al mismo tiempo los convoca como parteros indispensables de los nuevos tiempos que aun están por venir. En esa categoría entra plenamente Roland Barthes (de quien recientemente se ha editado una obra fabulosa como es Como vivir Juntos).


Que hoy es exorcisado aquí no tanto por su celebración de la intersubjetividad sino por sus pasmosos comentarios acerca de la fotografía -basicamente acuñados en La cámara lucida– en donde Barthes revelaba como la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse existencialmente.

Para Barthes la fotografía pertenece a aquella clase de objetos laminares de los que no podemos separar dos láminas sin destruirlos: el cristal y el paisaje, y por qué no: el Bien y el Mal, el deseo y su objeto: dualidades que podemos concebir; pero no percibir. Cada apotegma barthesiano es lapidario y contundente. Lo que fundamenta la naturaleza de la fotografía es la pose. El principio de aventura nos permite hacer existir la fotografía. Inversamente, sin aventura no hay foto. La fotografía es subversiva, y no cuando asusta, trastorna o incluso estigmatiza, sino cuando es pensativa. La fotografía es violenta no porque muestre violencias, sino porque cada vez llena a la fuerza la vista y porque en ella nada puede ser rechazado ni transformado.

En la fotografía, la inmovilización del Tiempo sólo se da de un modo excesivo, monstruoso: el Tiempo se encuentra atascado. Que mejor forma de ver actuado todo esto que reconstruyendo -fotograficamente- la historia de Buenos Aires, algo a los que nos convoca esta foto de cuando nuestra ciudad se obeslisquizaba.

Porque como bien dice Luis Priamo en Revelaciones de la memoria. El efecto de las fotografias antiguas según Luis Priamo lo que vemos cuando vemos esta fotografía de la construcción del obelisco es algo demasiado peculiar.

Priamo empezó reconstruyendo la memoria fotográfica de su Santa Fe en tren de disolución. Y se apoyo -cuando no- en una nota que el genial Carlo Guinzburg ensayo en su obra Distancia y Perspectiva: Dos metáforas (que forma parte del libro Occhiacci di legno. Nove riflessioni sulla distanza, 1998 traducido al portugues por Companhia das Letars en el 2001).

Priamo interpretando a Guinzburg interpretando al historiador judío Yosef Yerushalmi, que publico una obra titulada Zakhor, se refiere al documento fotográfico como portador de memoria personal y colectiva, pero de un modo muy particular a saber como Una experiencia del pasado, antes que a un conocimiento del pasado. Es decir a la memoria, antes que a la historia.

Es por ello que Priamo salto rápidamente a la visión de fotografías antiguas de la propia cultura como una experiencia similar. Una especie de breve ceremonia o ritual de encuentro con el pasado colectivo que casi siempre se produce en soledad y que si bien difícilmente asimilemos a la experiencia religiosa en cuanto a intensidad emocional y profundidad existencial, sentimos que es única por el tipo de encanto que produce.

Esto nos viene pasando a nosotros desde hace bastante y algunos ejemplos como las fotografías escolares compiladas por Silvina Gvirtz van exactamente en esa dirección.

Pero van mucho mas aun en esa direccion estas imágenes de la construcción del obelisco. Priamo la tiene clarisima. El encanto experimentado con las imágenes antiguas de nuestra cultura obtiene buena parte de su fuerza en ese reconocernos fuera de nosotros de un modo, por decir así, relampagueante; en confirmarnos como parte de un mundo que fue antes que nosotros, cuando nosotros, como individuos, no existíamos, pero en el que, sin duda, somos.

Tiene razón Priamo al insistr en que ver esa imagen nos revela en múltiples sentidos. Algo similar, a lo que Barthes llama satori, en La cámara lúcida, y Joyce llamaba epifanía. Se trata del súbito despertar de la emoción por un estímulo sensible que nos deja encantados.

Así las cosas habría que buscar muchos mas reveladores y salirnos del sueño dogmático en donde la memoria atrofiada y la epidermis endurecida hace rato que nos tienen atrapados.

Publicado enVida Cotidiana

Sé el primero en comentar

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *