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La literatura autobiografica argentina o la dificultad de reconciliar la razon con la pasion

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El tiempo de la maceración

Tan acostumbrados estamos a citar en nuestra bibliografía lo último y lo más reciente; tantas veces hemos reescrito y aggiornado artículos de varios años, sazonándolos con lecturas más cercanas y mejor justificadas, que rara vez nos topamos con una obra fechada décadas atrás y la sentimos con la fuerza y con el atractivo de los textos recién sacados del horno.

Claro, a menos que se trate de clásicos filosóficos, de novelas consagradas y eventualmente de inéditos o éditos poco trasegados, generados en momentos que nos marcaron indeleblemente (leáse desde fines de los 60 hasta principios de los 80).


A veces hay algo en un título, en la prosapia de un nombre o en una contratapa ajada que nos permite boicotear todas las categorías tan cuidadosamente construidas y encontrar de pronto en La literatura autobiografica argentina, una obra publicada originalmente en 1962 por la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario que tuvo alguna que otra reedición en CEDAL y que ahora llegó en el 2003 a Eudeba una potencia explicativa poco común.

Adolfo Prieto, su autor, nació en San Juan en 1928 y egresó de mi misma Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Es autor, entre otros, de textos como Estudios de Literatura argentina o Los viajeros ingleses y la emergencia de la literatura argentina.

¿Qué nos propone Prieto? ¿Cómo es que lo que nos cuenta está tan vigente sino más hoy que hace 40 años, cuando lo publicó por primera vez? ¿Qué rol tiene la autobiografía en la literatura argentina y qué podemos entender de nuestro presente acudiendo a exóticos textos exhumados quién sabe dónde, y pertenecientes a figuras que a veces sólo conocemos de reojo y mal, trátese de Pedro José Agrelo, Cornelio Saavedra, Manuel Belgrano, Gervasio Antonio de Posadas, Juan Cruz Varela?

La literatura autobiográfica como forma de conocimiento

El autor antecede su trabajo de evaluación propiamente dicha con un par de capítulos conceptuales en los que resume con gruesos trazos las principales características de la literatura autobiográfica. Parte de la lectura Ernst Cassirer, de Henri Bergson y de Georg Misch, e insiste en que la autobiografía surge de una comprensión concreta de la vida, posee la potencia necesaria para formar y transformar los hechos históricos y se eleva al nivel de la poesía.

Como bien anota Noé Jitrik en Autobiografías, memorias, diarios, según Raúl Scalabrini Ortiz, Eduardo Mallea y el propio Roberto Arlt los argentinos serian (seriamos) silenciosos, introvertidos, retraídos y, por qué no añadirlo, proclives a no declarar nuestros afectos ni a participar a nadie de nuestra intimidad. En la misma línea, los argentinos no reconoceríamos flaquezas, menoscabo a nuestro orgullo y menos que menos un sometimiento sentimental. Si esto fuera asi, nosotros nos encontraríamos en un estadio prepsicoanalítico así como los portorriqueños no tienen superyó, padeceríamos de un síndrome de «dicción», y no podríamos «declarar».

Para algunos se trataría de una defensa del pudor de los argentinos; para otros, se deberia a que los escritores encubren y los críticos denuncian.

Curiosamente, en la Argentina, aunque no sobran, tampoco faltan libros de memorias, autobiografías, diarios publicados o inéditos, que hasta fines del siglo XIX superaban a las novelas. Porque lo que llamamos «literatura argentina» para el siglo XIX es memorias, como las del general Paz; autobiografías, como la de Sarmiento, o diarios, como los de Mansilla, por dar ejemplos contundentes.

Tal profusión, astutamente investigada por Adolfo Prieto, muestra no sólo que el espíritu argentino no está marcado por el pudor sino además la perduración de un deseo de situar públicamente una materia que podía haber sido silenciada.

Otra vez siguiendo a Jitrik parecería que los argentinos desean escribir acerca de lo que ven, sienten y hacen, más todavía que ver, sentir y hacer. ¿No será que los argentinos, más que cualquier otra colectividad, experimentaron y experimentan unas irreprimibles ganas de pasar lo privado a lo público, lo íntimo a la plaza?

Imposible no mostrarse

Los argentinos con «responsabilidades civiles o simbólicas», es decir los políticos, los militares, los intelectuales, los escritores o los dirigentes de cualquier tipo de actividad de prestigio o de consecuencias para la sociedad terminan, tarde o temprano, por escribir sus memorias. Si lo que vivieron da a sus vidas un carácter singular consideran imprescindible hacer sus autobiografías; si lo que viven, por el hecho de que ellos lo viven, les parece relevante, llevan un diario, y si lo que han visto les parece que no puede perderse, escriben sus memorias.

Hay un punto de bifurcación en la literatura, en las autobiografias y en las autobiografias literarias a partir de la publicación de Mi defensa, de Domingo Faustino Sarmiento, que se continuaría en el siglo XIX con los aportes de Florencio Varela, Bartolomé Mitre, Juan Bautista Alberdi, Vicente Fidel López, Carlos Guido Spano, Vicente Quesada, Santiago Calzadilla, Lucio V. Mansilla. Tal linea incluye a varios generales como Paz («el manco», como gusta llamarlo Andrés Rivera), Lamadrid y Pueyrredón; coroneles, como Villafañe y Manuel Alejandro Pueyrredón, y está coronado por diarios de viajes como los de Mariquita Sánchez de Thompson, José Antonio Wilde y Miguel Cané.

La autobiografía argentina condensa una historia que no es meramente personal: es la historia de las elites del poder. Si, a este respecto, el caso de Sarmiento es significativo, lo son también los textos biográficos escritos desde perspectivas y con tonos tan diferentes como los de Mansilla y Joaquín V. González, Guido Spano y Miguel Cané.

Memorias, reivindicaciones ante las generaciones futuras, justificaciones casi propagandísticas, recuerdos entramados con la historia nacional, episodios de iniciación literaria, social o política: estos son los materiales que Prieto organiza, leyéndolos en la intersección de lo personal y lo público, del documento histórico y la literatura.

Resulta llamativa la forma en que Prieto saca chispas a los textos mostrando cuánto están todos ellos agobiados por el destino social. Las autobiografías no ocultan las tensiones entre lo que es posible decir y lo que es preciso callar, entre la voluntad individual y el origen de clase.

El agobio del destino social

Su relectura en clave psicoanalítica de Sarmiento es ejemplar. También la narración de un Lucio V. Mansilla confinado en Río Cuarto que visita a los indios ranqueles, en una excursión que tiene mucho de construcción de heroicidad, y de conversión del destierro en epopeya. La anécdota del coronel Manuel Pueyrredón, quien casi degüella a una criada por motivos banales y es apañado por su padre, o las protestas de Mariquita Sánchez de Thompson por la traición de la servidumbre, son otros tantos testimonios de la contradicción insanable que hay en la fundación de la argentinidad entre ideología y domesticidad, entre psicología e historia, entre manipulación del pasado y jugueteo con la historia.

Exponiendo al desnudo con una crudeza pocas vista la contradicción que existe entre los deseos modernizantes y racionalistas de la elite en lo publico, y sus vetas arcaizantes, sectarias, xenofobicas y profundamente racistas y explotadoras en lo privado, la tarea de Prieto desmistifica heroes.

Al mismo tiempo revela la profundidad de la socializacion emocional y pone en cuestionamiento muchos mitos de nuestros heroes publicos que en privado resultaron, en la mayoria de los casos, egoistas, neuroticos, apuntando al bronce y negando la humanidad de los Otros.

Publicado enFundadores

Un comentario

  1. no se de q es esto dejo el comentario porq me quiero hacer conocida (aguante los gipis los emmo los flower etc) re da lo cheetos bye my flog es joooossseee ffffaaa —roolfotolog.com

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