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Día: 14 abril, 2012

Brenda Laurel y las computadoras como teatro. Cuando el meme hunting deviene alfabetización masiva.

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1. Memes dominantes y memes recesivos

El árbol de los usos cotidianos oculta el bosque de los usos potenciales. Pasó con todas las tecnologías nada casualmente reinventadas por los usuarios (para el caso de Internet el libro de Ilka Tuomi Networks of Innovation (2002) sigue siendo un clásico) y ahora finalmente está pasando con las tecnologías computacionales de consumo.

Desde que se inventara la computadora personal en los años 80, el proyecto subterráneo de emancipación del espíritu critico, de autoaprendizaje masivo soñado por Alan Kay en 1971 al inventar la maquina conceptual Dynabook y promocionado durante toda su vida por Douglas Engelbart desde 1967 con su proyecto de «Aumento del Conocimiento«, nunca pudo levantar vuelo, opacado finalmente por el proyecto industrial/comercial.

Desde Microsoft hasta Google, desde DEC hasta Apple, pasando por varias generaciones de desarrolladores de software (que después de todo son las verdaderas «engines of creation«), con la excepción del movimiento minoritario de Linux a principios de 1990, el universo computacional estuvo orientado hacia el consumo y no hacia la producción, hacia la subordinación de la imaginación a la mentalidad del desktop y muy ocasionalmente hacia la mutación conceptual y el desarrollo de la inteligencia colectiva (hasta mediados de la década pasada con la aparición masiva de las redes sociales esa tendencia empezó a invertirse con Apple jugando para ambos lados).

Por supuesto que hubo excepciones e iluminados, digerati y adelantados, meme hunters y meme harvesters. Entre ellos figuran los ya citados Kay y Engelbart, por también Seymour Papert y Mitchell Resnick y desde otra perspectiva dos personajes claves como son Brenda Laurel y Janet Murray.

Visitando China por primera (pero seguro que no por última) vez en la vida. Haciendo escala en Dubai Cuarta Parte

Burj-Al-Arab-Dubai1

1. El Burj al Arab allá lejos y hace tiempo

Sería 2007 o 2008. Haciendo zapping caímos en NatGeo presentando una serie llamada Megaestructuras destinada a inventariar algunas de las construcciones mas llamativas de las últimas décadas. En capítulos anteriores y posteriores (113 hasta la fecha) mostrarían como había sido posible la construcción de edificios únicos, barcos de tamaño colosal, represas descomunales, siempre en el registro del gigantismo y de los desafíos ingenieriles mas descabellados.

Pero lo que vimos ese día nos hizo empalidecer de envidia y nos mostró la potencia del ingenio humano, la voluntad de desafío de un colectivo con la pata del diseño afincada en Londres, y con la voluntad de llevar adelante un proyecto imposible, cual sería construir el primer hotel 7 estrellas del mundo, dar a un hotel de lujo inusitado la forma de una vela, depositarlo en medio del mar y convertirlo en uno de los iconos arquitectónicos del siglo XXI.

Se trataba obviamente del Burj el Arab, un enorme volumen flotante en la costa de Dubai, que fue uno de los primeros lugares que quisimos visitar ni bien aterrizamos en la capital turística de los Emiratos Arabes (EU), donde recalamos afortunadamente durante 3 días y 2 noches camino de vuelta a la patria lejana.