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Pensar es computar

Es raro que un libro valga por su peso. A menos de que se trate de la impresionante obra Sumo de Helmut Newton que pesa 30kg y cuesta U$ 2.500. O en el otro extremo los excepcionales libros artesanales hechos por genios como Ruben Lapolla
que, al revés, pesan no mucho mas que un libro común pero valen 1.000 veces lo que ellos (De El Aleph de Borges se hicieron sólo 25 copias, cada hoja fue distinta en cada ejemplar y la obra cuesta $U 25.000).

Bajando mas a tierra tenemos el caso de una obra que pesa mucho y cuesta poco. Se trata de Como funciona la Mente de Steven Pinker, publicado originalmente por Norton en 1997, y que transcurre alegremente a lo largo de interminables 660 páginas con un increíble índice final de 31 páginas -la obra fue traducida a princpios de 2001 al castellano por Ediciones Destino.


Steven Pinker -quien ya nos había deleitado en 1994 con su anterior y oportuno libro –bastante criticadoThe language instinct .How the mind creates language es actualmente director del Instituto para la Neurociencia Cognitiva del MIT (Massachussets Institute of Technology) y uno de los mas conspicuos representante de la psicología evolutiva, la disciplina que intenta explicar la mente humana en términos de la evolución y la selección natural (en la mejor tradición de Donald T Campbell, Richard Dawkins y otros pioneros no menos ejemplares).

Pero qué tienen que ver todos estos desvíos con el título del posting. Pasen y vean.

La teoría computacional de la mente

Pinker es un defensor contumaz de la teoría computacional de la mente abrazada por celebridades y luminarias como Marvin Minsky, Jerry Fodor y Hillary Putnam.
Pero como siempre pasa en la arena epistemológica, son muchos mas los que desconfían de esas posturas reduccionistas -que son inteligibles a la luz de la necesidad de entender pero que muchas veces aparecen como demasiado apresuradas y simplotas- como quiere la crítica del paleontólogo y teórico de la evolución Stephen Jay Gould quien sugiere que, aunque se ha avanzado sobremanera en el tema, lo que pasa dentro de nuestro cerebro todavía sigue siendo una gran incógnita.

La monumental obra de Pinker es un ambicioso intento de dar una respuesta a preguntas que van desde cómo y qué hace que seamos capaces de ver, hasta determinar cuál es el origen de las creencias, los deseos, los sentimientos y los actos humanos, en términos de las ciencias cognitivas y, fundamentalmente, de la teoría de la evolución por selección natural.

La mente funciona del modo en que lo hace, sostiene Pinker, debido a que su diseño corrió a cargo del estudio más prestigioso: la selección natural darwiniana. Aunque se viene anunciando desde hace varias décadas, la biología estaría por fin en condiciones de destronar a la física como base para una inteligibilidad total de la mente, permitiéndonos dar el gran salto que abarque a la filosofía, el arte y la religión.

La atrevida y llamativa apuesta de Pinker es tomar a la psicología evolutiva como una ingeniería inversa: si la ingeniería trata de diseñar una máquina para hacer algo, la ingeniería inversa la desarma para entender para qué fue hecha.

Si se entiende la estructura del cerebro, se puede entender por qué piensa. Y Pinker establece qué tipo de máquina es ñpara élñ la mente: una computadora. «La mente es un sistema de órganos de computación, diseñado por la selección natural para resolver aquellos tipos de problemas con los que se enfrentaron nuestros antepasados en su modo de vida como cazadores recolectores; en particular, el conocimiento y el manejo de objetos, animales, plantas y otros individuos de la misma especie.»

No hay mucho de sorprendente en esta perspectiva porque la venimos siguiendo desde hace al menos varias décadas, desde cuando se inició la inteligencia artificial en Darmouth en 1956, desde cuando empezó a desbrozarse el paradigma simbólico o sintético en inteligencia artificial o, desde que la computadora empezó a meterse en todos los recodos de nuestra vida y nosotros creímos que la mente era lo que el cerebro hace, y que lo que el cerebro hacía era procesar información.

¿De cuándo viene la idea de que «pensar es computar»?

La idea de que pensar es computar viene de Turing de mediados de los años 50 (o de Leibniz desde bien entrado el siglo XVII). La perfección y la complejidad de los órganos naturales serían en esta lectura, el resultado del diseño biológico tras millones de años de trabajo evolutivo, la única fuente conocida capaz de llevar adelante un plan arquitectónico en la naturaleza.

Como corresponde a para-intelectuales norteamericanos abroquelados debajo del paraguas del cognitivismo, Pinker tiene sus fobias dirigidas a los «intelectuales de café», las feministas, pero sobretodo a Freud (en una vena semejante a Alan Sockal y Jean Bricmont en sus Imposturas Intelectuales ver editorial del ILHN n† 986 Imposturas intelectuales, noctámbulos y otros contoneos. ¿Pero quien es el auténtico impostor?).
Pinker no es muy original al momento de recoger aliados y armar un discurso cuya fuerza le viene -al mejor estilo descriptivo de Bruno Latour- de su prestigio y militancia. Aunque expande un poco las crípticas tesis de Dawkins (en dirección de una memética) al insistir que la meta última del diseño de la mente consiste en producir el mayor número posible de copias de los genes que la crearon.

Pensar es computar es una frase que tiene la cadencia de un grito de guerra, con un largo arraigo en la tradición filosófica y no necesitó de las computadoras automáticas programables de mediados de la década de 1940 para conquistarse un lugar destacado en el corazón de los epistemólogos. Al revés la metáfora computacional es apenas un derivado de una idea mucho mas antigua y profunda, cual es la de concebir al ser humano como una máquina, gentileza del genial Descartes, quien fijó la agenda de la filosofía moderna con su divisoria de aguas, fundando un dualismo que todavía hoy nos cuesta inmensamente revertir.

Pinker no escribe tanto para que no lo tomemos en serio. Y aunque sus fuentes son archiconocidas (y objeto de crítica permanente) algo de interés tienen porque la teoría computacional de la mente, hace de la información marcas físicas que se relacionan de forma causal con estados objetivos del mundo. «Las creencias son inscripciones en la memoria, los deseos son inscripciones de objetivos, el pensamiento es computación.»
Pinker explica las emociones combinando la teoría computacional de la mente con la teoría de la evolución, que reclama ingeniería inversa aplicada sobre la complejidad de los sistemas biológicos. Las emociones, en el esquema mental de Pinker, son mecanismos que plantean las metas más elevadas del cerebro.

A menudo esto significa hacer que un animal disfrute con estados que lo hacen sobrevivir y reproducirse. Una barriga llena es satisfactoria porque permite que los animales vivan, se muevan y reproduzcan, conduciendo a la realización de más copias de los genes.

¿La esencia del amor?

Recorriendo inesperadamente, para nuestro gusto, el camino de la sociobiología, Pinker termina hablando de «La esencia del amor» y explicando el comportamiento autista que es una de la características mas salientes de la humanidad, en términos de estricta optimización de los genes propios.

Si gran parte del libro esta hermosamente argumentada y acude a los últimos datos disponibles de la biología del comportamiento y de la ecología de las ideas, el salto que Pinker da sin paracaídas tratando de mostrar como la selección natural esta agazapada detrás de los deseos y las creencias, resulta mas que endeble y tragicómico.
Porque los argumentos que buscan explicar el tabú del incesto como una astucia de la razón biológica para evitar nacimientos defectuosos desde el punto de vista genético, suenan mas que caducos y repetidos, y no van mas alla de una variante bastante destartalada del reduccionismo genético.

Cuando creíamos que casi dos décadas habían logrado domesticar a las variantes mas berretas de la sociobiología y del darwinismo social, las vemos curiosamente reinstalarse en una obra que supuestamente apuntaba mas alto y mas sofisticadamente, a tratar de entender como pensamos en términos de emergencia y de autonomía relativa de lo mental y no como mero apéndice de las creencias mas recalcitrantes del primer Edward O. Wilson, ese que dio el paso de La Sociobiologia. La Nueva Síntesis en 1975 a una versión mucho mas recientemente, mas interesante y articulada de la evolución natural/social en Consilience. The unity of knowledge (Random House, 1999).

Sin necesidad de reiterar las parrafadas en donde Pinker cae en los racismos y los antropormofismos mas crudos y baratos hasta reiterar su tesis eterna de que «las emociones morales están diseñadas por la selección natural para fomentar los intereses a largo plazo de los individuos, y en última instancia de sus genes» podemos darnos cuenta de que el hombre esta entrampado en un paradigma del que difícilmente logre escapar.
Ya lo anticipamos mas arriba, el hombre tiene sus críticos feroces y entre ellos descolla Stephen Jay Gould. Quien hace unos años con un fenomenal articulo titulado The Spandrels of San Marco and the Panglossian Paradigm: a critique of the adaptationist programme (en coautoría con Richard C Lewontin) publicado originalmente en 1979 en los Proceedings de la Royal Society de Londres, pegaría en su línea de flotación.

Esa cosa rara de los «spandrels»

Porque precisamente la palabra mágica parece no tener una buena traducción en castellano, Spandrels: «espacio entre las molduras exteriores de un arco y la línea horizontal por encima de él»; subproductos arquitectónicos, terminan haciendo un agujero en la linea de flotación de las ideas de Pinker segun las cuales todo rasgo es necesariamente adaptativo.

Cuando se construye una catedral, algunos espacios quedan vacíos y sin uso. Más tarde, pueden ser aprovechados, o no, para hacer un tragaluz o algún fresco que no estaba en los planes originales. Se trata de un espacio que en un principio no cumple ninguna función, y que puede ser o no ser cooptado más adelante para ser usado de forma adaptativa, por ejemplo, como el fondo de un cuadrito: el spandrel no se hizo para eso, pero una vez que está, puede ser aprovechado (ver el interesante articulo What is an evolutionary «spandrel»?

La selección natural fija las líneas maestras, las vigas y el modo de construcción, sostiene Stephen Jay Gould, pero eso no quiere decir que cada una de las partes de la construcción deba ser necesariamente una adaptación.

La principal crítica de Gould es que del mismo modo que sucede en la arquitectura, en la evolución algunas cosas no tienen un origen adaptativo. Son spandrels que pueden ser modificados de forma secundaria para alguna utilidad, pero siempre de forma vicaria.
El término «spandrel» tomado de la arquitectura, resultó al final una buena metáfora para demarcar la distinción crucial entre «origen no adaptativo» y «posible utilidad posterior».
La critica de Gould a la sociobiología (derivada de su crítica de la supuesta idea de que todos las adaptaciones evolutivas son hipervolutivos) parte, a la inversa, de la idea de que numerosas utilidades actuales no tienen necesariamente valor adaptativo. Y lo mismo podría suceder -contra la opinión interesada de Pinker- en el caso de la cognición humana. Porque es mas que probable que numerosos rasgos que hoy asociamos a los datos mas centrales de nuestra humanidad pueden haber surgido como spandrels de una conciencia mucho más general.

Mas peligros en este «gruyere»

Hay una dimension del pensamiento de Pinker sumamente peligrosa que también está atenazada a las falacias que venimos de comentar. Es cuando Pinker alegremente sostiene que todos los seres humanos actuales deben su existencia al hecho de haber tenido a ganadores como antepasados, y todos y cada uno de ellos en el presente están diseñados, al menos en ciertas circunstancias, para competir.

Porque con este buen pase de magia nos desplazamos del reduccionismo genético, obviamente cuestionable, al pensamiento único de los ganadores de hoy en día. Lo curioso es como en los estudios de los sistemas adaptativos, y en cierta interpretación triunfalista de la biología, se introducen este tipo de argumentos que terminan contaminando en forma lamentable un ejercicio de epistemología que prometia mucho, y que de pronto se desbarranca en la obviedad y en la pobreza conceptual.
A lo mejor hay que leer el libro de Pinker como un gruyere. Rescatar partes enteras (especialmente las primeras) e ir descartando su deslizamiento en la búsqueda de explicaciones reduccionista del simbolismo.

No sería la primera vez que una obra valiosa se revela despareja, y que un intento totalizador merece ser cariñosamente descuartizado. Siempre recuerdo con cariño el Panfleto contra el Todo de Fernando Savater, en donde el español insistía (anti-hegelianamente) que el «todo es lo falso».

Tanto en el intento Pinker, como en el juego paralelo de Wilson de pretender que las estrategias evolutivas presidan todo desarrollo memetico, hay al mismo tiempo una presunción vana, una búsqueda comprensible de la navaja de Occam, y al mismo tiempo una ingenuidad filosófica que no resiste las lecturas mas higiénicas.

No hay duda de que mientras la biología y la filosofía no estén unidas serán sistemáticamente vencidas. Este caso así lo atestigua. Que pena

Publicado enVirtual/Artificial

Un comentario

  1. Luciano Luciano

    Gostaria obter artigo Gould completo, em espanhol ou português.
    Gracias
    Luciano Moura

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