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Día: 19 junio, 2002

De los avatares complejos de tener un padre filósofo

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El domingo es el
día del padre. Hay que comprar un regalo. Qué se le puede comprar a un tipo al
que lo único que le interesa es la Filosofía. 
Durante el transcurso de su vida, mi viejo ha tenido unos pocos hobbies:
jugó al tenis y al ajedrez , estudió (muchísima) filosofía, escuchó
conciertos colgado de la última lamparita del Colón. Por ese entonces existía   un abanico de posibilidades para regalar : hemos
inundado la casa de pelotitas Dunlop y de distintas versiones de las sinfonías
de Beethoven: en disco, cassette y CDís según pasan los años. Intentamos,
con diversa suerte, biografías de ajedrecistas famosos, y algunos 
otros libros dedicados al tema . En los períodos menos imaginativos le
hemos regalado algunos sweaters pero  permanecieron
doblados en el estante correspondiente soñando con la eternidad.
 

El
tiempo ha pasado y mi viejo ya no juega al tenis, podría pero le da fiaca, ni
al ajedrez, tuvo que dejarlo porque le hacía mal a su úlcera, ni concurre tan
fecuentemente al Colón, aunque  creo
que ahora va a los que organiza la Facultad de Derecho los sábados por la
noche.  Eso sí, continúa
cultivando el arte de la Filosofía. La apuesta obvia es entonces, comprémosle
un libro de Filosofía.  Ahí es
donde empieza la dificultad de tener un padre filósofo con un pensamiento
irreductible. O expresado de un modo más simple, nunca sabemos si la vamos a
pegar.