La globalizacion -como el ser aristotélico- se dice de muchos modos. Pero lo que generalmente falta en las criticas y las endechas globalifonicas es algo tan propio del análisis erudito y del cuantitativismo que se pierde de vista lo mas rico. La comparación, el contraste, la puesta en resonancia de los opuestos y -sobretodo- la capacidad de revisar las distancias -mensuradas- y ver como se las puede revertir. Para que no se nos acuse de acusadores de nosotros mismos nos explicamos. Hace pocos días se estrenaron dos buenisimas películas en nuestro país. La primera -jugando con el éxito indiscutido de El hijo de la Novia– fue Luna de Avellaneda también de Juan José Campanella . Que tiene sus golpes bajos, que apela demasiado a la nostalgia, que endiosa al pasado como si la miseria y la maldad las hubiésemos inventado hoy. Que juega con estereotipos y que es solo comprensible para argentinos redomados. Pero que es también una invitación a la recuperación de la identidad y de la memoria. A una aceptación de lo que nos gusta y a la reinvencion de un mundo mejor y donde -como siempre- las actuación de Ricardo Darin, y hasta de Mercedes Moran, son antológicas.
Tomándonos en solfa a la filosofía y en serio a todo lo demás