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La lectura Bricolage, Zapping, Hiperacelerada, Dispersante. Las noticias como droga

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Para Cecilia Sagol que Chartieriza mucho mejor que yo

¿El mundo es una ensalada o nosotros somos unos salames?

Cada domingo es parecido, pero en el balance me da cada vez peor. Leo 4 diarios, bah los hojeo. Reviso 3 o 4 revistas, mezclo y condimento con alguno de las decenas de libros que hojeo en simultáneo, y a pesar de que empiezo el día con un entusiasmo sin fin, cada noche tengo en la cabeza una ensalada sin par. La conclusión es que cada día entiendo menos, que cada día el mundo se vuelve mas complejo e indescifrable, y que a pesar de salvedades y salvoconductos, a pesar de prevenciones y reticencias, la legibilidad del mundo es inversamente proporcional a mis esfuerzos por volverla clara y distinta.


Cuando digo leer no me refiero a la lectura profunda y detallada que también hago cada tanto y que me lleva su buen tiempo. Cuando digo leer incluyo todo. La lectura interpretativa, la lectura de imágenes, los DVD que veo a diario, el zapping televisivo, algo de cine. También incluyo la música y cualquier otro input que me taladra a diario.

Claro hay otras experiencias muy distintas de lectura. Por ejemplo la que hace el rector de la UBA Guillermo Jaim Etcheverry que viene de solazarse tragándose el ensayo de Mark Edmundson Why Read (2004) en el cual este afamado humanista (aquí encontraran su llorón ensayo On the uses of a liberal education: 1. as lite entertainment for bored college students acerca de la perdida de interés de los estudiantes actuales en el conocimiento -Harper’s Magazine, ~Sept, 1997) se queja del presente.

Edmunson como corresponde a un hombre de letras insiste en que las grandes obras influencian de manera decisiva nuestra construcción como personas. ¿O acaso Marcel Proust no sostenía que el autor proporciona al lector una suerte de instrumento, una lupa que le permite encontrar lo que ya existe dentro de él? Por eso, quien escribe no se propone reclamar de su lector elogios o censura sino, simplemente, que diga si «realmente es así», si las palabras que ha escrito son las que lee dentro de sí mismo.

Resulta simpática la referencia de Jaim a Lionel Trilling cuando destaca que, al enfrentarse a algunos grandes libros, se sentía rechazado por ellos. Decía Trilling: Sin duda, yo los aburría. Pero, cuando fui envejeciendo y ellos me conocieron mejor, fueron adquiriendo simpatía por mí y comprendieron mis significados ocultos. Finalmente, cuando me dejé leer con confianza, nuestra relación se convirtió en muy íntima. ¿Y si fuéramos nosotros quienes aburrimos a los libros que consideramos aburridos? ¿Y si nuestro interior no fuera para ellos lo suficientemente interesante?

Ese monumento que es John Berger

Porque lo que dice Trilling nos hace acordar mucho de una lectura semejante propuesta no hace mucho en una entrevista que le hizo Flavia Costa a por John Berger en la revista Ñ . Allí reitera Berger que hay una especie de voluntad de los objetos, ideas o paisajes, de ser mirados. Por ejemplo uno empieza a dibujar porque está frente al objeto y dice: quiero dibujar, allí voy. Algunas veces, mientras uno dibuja, aquello que está dibujando empieza a presentarse ante uno de la manera en que él mismo quiere aparecer. Pero esto no es algo que sucede desde el comienzo, se da durante el proceso.

Lo cierto es que si uno se toma a pie juntillas este interesante elogio de Berger hacia las cosas que consiguen que alguien las diga, en vez de la solipsista y arrogante versión tradicional de suponer que las cosas necesitan embajadores para ser dichas, a lo mejor esa ensalada de lecturas domingueras adquiriría otro contorno.

Quizás lo que falla no es mi capacidad de armar con los ingredientes y los condimentos una buena ensalada, sino que las cosas en su diversidad y abigarrada variedad no encuentran quienes las digan (sean sus voceros en la acepción de Latour) con suficiente contundencia y consistencia.

Por eso esa fragmentacion que encuentra en las boutades displicentes de Rodrigo Fresan en las contratapas de Pagina/12 su mejor tono o nota, a lo mejor mas que una honesta instantánea de la decrepitud de mis neuronas, muestra apenas que ese sueño de las totalidades coherentes, era solo eso un sueño y que las Micromegas de Voltaire o las mitologias de Barthes o los aforismos de Lichtenberg es a lo mas que debemos arriesgarnos, y lo mejor a que podemos aspirar cuando de entender se trata.

Mientras iba cerrando estos pespuntes cayo en mis manos (¿accidentalmente?) una entrevista a Roger Chartier Jóvenes que no «leen» en un mundo inundado de textos, que en vez de disipar mis dudas no hizo mas que confirmarlas.

Leer se dice de muchos modos, pero parece que no todos valen igual ¿Porqué?

Porque Chartier agudo y atrapante como siempre, por un lado acepta que todo es leíble, pero al mismo tiempo dicotomiza a la experiencia de la lectura planteándose como problema el pasaje de esta lectura salvaje de objetos no canónicos o no reconocidos como lectura a la tradición letrada.

En un movimiento pendular, comprensible pero no defendible sin hacer forceps ideológico, Chartier insiste permanentemente en que la tarea común de la escuela, los profesores y los periodistas, es proponer vías para que se desplace esta lectura salvaje, inmediata, espontánea, en la dirección de una lectura de las profundidades y de lo literario.

Para Chartier el principal desafío es pasar de una alfabetización de la lectura y escritura que es casi universal a lo que se puede llamar letrismo. Y sobretodo hablando de Internet la postura de Chartier es fundamentalmente la de las bellas alma y la de lo literariamente correcto.

Devolviendole gentilezas a Emilia Ferreiro quien defiende la idea de programas de Internet para todos, Internet para cada escuela, Chartier se asusta de inmediato y se imagina el peligro extremo de pensar que los usos masivos de Internet implican una sustitución de la escuela que es una relación personal, humana entre maestro y alumno por el comecio con máquinas tontas.

Por eso sostiene que podría ser un sueño perverso imaginar a Internet reemplazando a maestros, maestras y a la escuela misma -como si alguien salvo los fundamentalistas digitales lo hubiese pedido. Para Chartier sería un fracaso total porque el uso de cualquier técnica de transmisión de los textos supone aprendizaje, clasificación, organización, orden inclusive para desbordar este orden. De lo contrario hay una sola forma de percepción, de clasificación, de organización, no hay nada que desplazar, no hay nada que subvertir.

Una carta no es un libro, no es una ficha, no es un diario, no es una revista y todo esto se hace más complicado en el texto electrónico que borra las diferencias porque hay un objeto único, la computadora. Y esto exige un esfuerzo intelectual de clarificación y organización del mundo del discurso.

Aprovechar estas nuevas posibilidades supone que se conoce y se organiza como dijo Foucault un orden de los discursos para discriminar géneros. Unicamente a partir de esta percepción de las diferencias se puede inventar formas nuevas.

Coincidimos en un todo con sus palabras, pero notamos que no hay linea en su entrevista que no este enderezada a tratar de reducir el potencial revolucionario de la nueva escritura subordinándolo a la descripción de las totalidades propias del humanismo tradicional.

Separando los tantos. Cartografías de las lecturas

Aunque no es santo de nuestra devoción encontramos otro atajo por el cual disolver (antes que resolver) nuestras confusiones de cada domingo en el análisis sutil e e idelogizado (como todo lo que hace) de Mario Vargas Llosa de la impresionante novela río Los Miserables de Victor Hugo en su reciente La tentación de lo imposible Victor Hugo y los Miserables (Alfaguara, 2005).

Porque al insistir Vargas Llosa en este interesante ensayo que el personaje principal de Los Miserables no es monseñor Bienvenu, ni Jean Valjean, ni Fantine, ni Garoche, ni Marius, ni Cosette, sino quien los cuenta y los inventa, ese narrador lenguaraz que esta continuamente asomando entre sus criaturas y el lector, da una puntada en dirección de nuestras preocupaciones.

Tanto en su versión original en folletín como en su versión corregida de décadas mas tarde Los Miserables fue un artefacto que reconoció lecturas muy distintas en sus casi 150 años de uso. Uno de los interesantes señalamientos de MVL son las diferentes gramáticas de reconocimiento que operan frente a la obra de Hugo si se trata de un contemporáneo suyo quien la hace o de un contemporáneo nuestro el que cae atrapado en sus redes.

Porque para el gusto de 2005 Los Miserables es morosa y está atravesada por un remolino de palabras con una lentitud que irrita al lector contemporáneo acostumbrado a la novelas ceñidas, breves, rapidas, de nuestros días. En una novela moderna, salvo en los caso que se trata de un narrador personaje, el narrador es su dato escondido el mismo, una ausencia, un sobreentendido.

En Los Miserables no. Aunque es el personaje mas destacado del libro, no forma parte de la historia, no está en ella por mas que no pierda ocasión de lucirse entre los protagonistas. Esta es una de las razones de la morosidad con que fluye la historia.

Tiempo y cadencias, omnipresencia y ontología de las totalidades. Todos estos preceptos e interpretaciones naturales -sabia nomeclatura de Paul Feyerabend para describir lecturas que se creen pristinas pero que siempre estan sobredeterminadas por la historia y el contexto- se han astillado en nuestra post-post-mdernidad y nos resultan o exóticas o atrabiliarias.

Las noticias como droga

Si leer el diario un domingo es un viaje de ida, ello se debe obviamente a que no hay un narrador victorhuguiano capaz de enhebrar las astillas de la realidad en un collar de coherencia y consistencia. Para nada.

Al revés llegamos cada noche de domingo con un embotellamiento y un aletargamiento, con un bricolage sin fin de ideas inconexas y fragmentarias. Cada una mas o menos armada en si misma y con bastante tinte provocador. ¿O acaso no fue un llamativo descubrimiento anoticiarnos de la existencia de Juan Villoro y de su regreso de España a México y de la publicación de su reciente novela El testigo?
¿ O acaso no nos encanto la nota que publico el País Semanal sobre los 125 años del Circulo de Bellas Artes? ¿Y que decir de anoticiarnos de que el gran asesinado Abraham Lincoln compartía su cama en la Casa Blanca con un amigo cuando su mujer no estaba?

Hacer la lista de lo que nos refrita la cabeza cada fin de semana (mucho mas que la droga como en aquel nefasto aviso que freia huevos fritos para inducirnos a no consumirla, sin percatarse de que la droga de las noticias es infinitamente mas grave aun que la prohibida porque es de libre circulacion y consumo, y encima to da la publicidad del mundo esta destinada a fomentarla) podria ser eterno.

Por mas puntillosos que fueramos, no lograriamos sacarnos de encima la sensacion de que lo que esta sucediendo en el mundo (De Bush para abajo y del narcotrafico para arriba con los cruces que sea menester) es perverso (¿no se enteraron de que esta por empezar nuevamente el festival de la deuda y de que el primero en alentarlo fue el Golden Boy Redrado, aunque el Palacio de Hacienda le dio un chas chas en la cola a su globo de ensayo?) y que las explicaciones que se nos suelen ofrecer al respecto (o las que buscamos desesperados cada domingo) son un monton de mentiras. O de ñoñerias. O de fuegos de artificio. O de pólvora mojada.

Por eso antes que buscar el hilo conductor, el cableado estructurado de las ideas o el ideologema que por fin pacifique nuestra intranquilidad, podemos compartir todas nuestras pevenciones con el gruñon y genial John Berger como lo hace por ejemplo en El Tamaño de una bolsa (Alfaguara, 2004) que es precisamente un ejemplo mayúsuclo de antidoto a las noticias, y de leer o pintar lo que las cosas quieren que digan de ellas, que es mucho mas llamativo y atractivo que ser dicho por los editores de noticias y los periodistas que juegan a hacer cada fin de semana de neustro cerebro apenas una ensalada, rellena de sus ingredientes y condimentos.

Berger -no defrauda jamás. Ya les contaremos que y como lo hace.

Publicado enLenguajes

Un comentario

  1. Anónimo Anónimo

    Creo que ninguna investigación, ningún narrador por más fino que sea podrá nunca representar la acción de la mente de las personas en el momento de la lectura, del pensamiento, de la recepción comunicativa. Es a mi juicio el gran tema de los estudios de comunicación, semiótica, etc. sobre el que se ha teorizado bastante y se ha investigado empíricamente casi nada (los trabajos de campo son demasiado caros y sólo pueden pagarlos las grandes corporaciones, y los pagan).

    Fue un gran paso cuando se llegó a la conclusión de que todo tipo de soporte comunicativo podía ser un texto (música, objetos, gestos e imágenes incluidos) y como tal podía ser leído. Que los significantes venían en paquetes heterogeos y que se recibían por múltiples canales. Ya hay acuerdo sobre esto y me parece que se saldó la discusión sobre jerarquías y rankings de soportes.

    Estimos que ya en este punto hay que recoger las velas y sería bueno comenzar nuevamente a deslindar y trabajar sobre las diferencias de procedimientos, lecturas, soportes, etc. Creo que la especificidad de cada medio es un campo para estudiar y sacar conclusiones que ayuden en los avances prácticos de los que producen, transmiten y hacen circular discursos.

    Me parece que Chartier aporta algo en esa dirección. Retomar la productiva categoría de género y la más productiva ordenes del discurso para pensar los textos digitales y no digitales y sus lecturas.

    La idea de género discursivo -un aporte de Bachtine- como tipo estable de discurso asociado a una actividad es uno de los conceptos más geniales y útiles de la historia del pensamiento. La idea de orden del discurso es realmente perfecta y adecuadísima para analizar cualquier tipo de discurso social.

    Por supuesto que no agotan las dimensiones más que múltimples de un objeto de estudio de altísíma complejidad como es la producción y consumo de significaciones sociales, pero me interesó el camino que señalan.

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