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La conversión digital como Proceso Civilizatorio

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De la Netetiquette a la civildad digital

Los que hace mucho tiempo vivimos en la red sabemos del peso de la netetiquette. Nada nos violenta mas que mensajes que nos atronan con MAYUSCULAS, nada nos irrita mas que los malditos nigerianos y viagranos que nos espamean impunemente, por mas que los proveedores ISP se esmeran con filtros para combatirlos, nada nos incomoda mas que el desconocimiento básico de la grafía, la violación de las convenciones y la intimidad forzada que permite el chat de Facebook, con amigos a roletes a los que nunca hemos visto en esta vida y quizás tampoco reencontremos en la próxima, que hurgan en neustra intimudad y alteran nuestras conversaciones interiores y exteriores.

Pero la netetiquette es apenas un capítulo menor de un universo mucho mas amplio e interesante que desconocemos: la civilidad como proceso bautismal de nuestra humanidad, que trasciende en mucho la existencia o pervivencia de un ciberespacio viable y funcional.

La civildad es conjunto de prácticas y expectativas organizadas que determinan la manera en que se manifiesta la presencia individual y su lugar dentro de una jerarquía controlada. El proceso civilizatorio es mucho mas que la emergencia de normas sociales que confieren sentido a las jerarquías establecidas, siendo también un agente de gestión de afectos, pero sobretodo de nuevas reglas que aseguran el autocontrol y la vigilancia de las expresiones individualistas, incluyendo paradójicamente a los disidentes.

Elias y Certeau unidos jamás serán vencidos

Con herramientas provenientes de los trabajos que necesitaron mas de tres décadas para ser redescubiertos de Norbert Elias [Tanto El Proceso Civilizatorio como La Sociedad Cortesana publicados en tiradas ínfimas en 1936 recién llegaron al inglés en la década de 1970, y de Michel de Certeau [La Invención de lo Codidiano T1 Artes de hacer, T.2 Habitar, cocinar publicados entre mediados de los 70 años 70 y 80] sólo dos décadas mas tarde empiezan a ser descifrados y operacionalizados], Doueihi se plantea de manera magistral lo que es el alcance general de la civilidad en línea del entorno digital como habitus, y las grandes preocupaciones que dispara el crecimiento exponencial de la cultura digital: protección de la vida privada, seguridad, polialfabetismos, surfing brain vs reading brain, deshilachamiento de la cultura humanista, vaciamiento del poder polìtico del experto, etc

Hace años que venimos diciéndolo y con las observaciones de Doueihi la sentencia se aclara notablemente. Internet viene transida de esperanzas pero también de peligros y amenazas. Y unos y otros van inextricablemente juntos y no hay forma de exorcizarlos.

Cuando hablamos de civilidad digital estamos hablando no solo de identidad digital y de dinámica grupal virtual, sino también de un nuevo orden social, separado del origen nacional y de la identidad convencional. Para complicar las cosas este nuevo orden se vende como neutral o postnacional.

La cultura digital como religión

Es tan rápida la expansión de la cultura digital, son tan profundas sus raíces y alcances que Doueihi no teme afirmar que la cultura digital es la única rival actual de la religión como presencia universal.

Cuando hablamos de transición de lo analógico a lo digital casi siempre nos quedamos cortos en nuestars consideraciones. Imaginamos tan solo la pata técnica del pasaje y nos olvidamos de la mucho mas trascendente que es la religiosa. Toda conversión exige un examen retrospectivo del pasado y nuevas explicaciones de actos y hechos.

La cultura digital pretende imponerse como -mas alla de la decisión explícita de profetas o de críticos- la religión mundial y ya tiene sacerdotes, creyentes, herejes, cismáticos.Conlleva un lenguaje propio que está reposicionando a las lenguas naturales y poniendo en jaque su hegemonìa nacional.

La conversión digital puede ser deshumanizante -esta es la cantinela que escuchamos a diario aún entre los mas lúcidos críticos humanistas desde Dominique Wolton a Paula Sibilia, desde Paulo Virilio hasta Christian Ferrer, no casualmente todos alineados en un mismo eje paradigmático frankfurtiano/iluminista- y antirreligiosa a partir de una automatización de las decisiones técnicas.

Retomando al previsible Jacques Ellul de El siglo XX y la técnica. Análisis de las conquistas y los peligros de la técnica en nuestro tiempo (1960), Doueihi nos recuerda que la cultura digital es una utopía digital que siempre estará socavada por su sobredeterminación tecnológica

La conversión digital como procesos de esquimogénesis complementaria

Revisar el entramado que está dando lugar a esta nueva cultura pasa pues no tanto por una exégesis o taxonomía de números y prestaciones (nunca tuvimos tanta información en tiempo real de una cultura en ascenso, nunca nos perdimos tanto en la infoxicación que ella misma genera), sino por un desmontaje detallado de que ocurre cuando se da una esquimogénesis complementaria (Bateson) entre dos modelos culturales harto disímiles cuales con la cultura impresa y la cultura de la pantalla abarcando categorías tan amplias y previsibles como

Propiedad intelectual
Representación geográfica y genealógica de la identidad
Vida Privada
Seguridad, etc
Alfabetismos diferenciales
Pasaje de la sabiduría del experto a la de las multitudes
Ubicaicòn del sentido en el mundo y no sus comentarios

El carácter disolvente de la cultura digital se traduce en fallas y quiebres como las jurisdiccionales, o la dificultad para aplicar leyes locales en interacciones globales, también en el cuestionamiento creciente de su uniformizacion (caricaturizada por Chavez en un imperdible video Chavez lee el twitter @chavezcandanga en su BlackBerry).

¿La cultura digital se autodisuelve?

Hay una dimensión autocontradictoria en la cultura digital, que a la vez que erosiona a la cultura letrada se vuelve explícita y alienta regulaciones gubernamentales con mayor o menos grado de éxito. El rasgo distintivo de la identidad digital es su polifonía, que por un lado la hace difícilmente controlable y por otro lado relativiza las críticas a la uniformización tecnologizante

No solo el saber y la identidad vienen cuestionados por la cultura digital. Lo mismo le ocurre a la credibilidad y a la legitimidad. Sin caer en las tentaciones de repetir como loros a Jacques Ellul y a Martín Heidegger, y siguiendo en nuestro análisis lecturas transversales provistas por Clay Shirky, Alessandro Baricco, Scott Lash o Manuel Castells -todos ellos englobados según nosotros en el tecnorrealismo- queda claro que la cultura digital:

– privilegia el uso
– antepone la presencial al análisis
– prefiere la localización a la sustancia
– valora mas la visibilidad que la pertinencia

No deja de ser interesante que la fuerza motora que bautiza y corrobora estas referencias esté anclada en un imperativo económico orientado hacia lo estadísticamente vasto, culminando en algunos casos en la problemática de lo posthumano que no trataremos aca.

En cambio nos interesa cerrar esta introducción con un rodeo acerca de la amenaza que la noción de inteligencia artificial o de inteligencia digital que los críticos cuestionan nuevamente como variante uniformizadora, en realidad se nutre de un cuestionamiento no menos urticante proveniente de la identificación entre inteligencia, persona física e identidad cultural letrada.

The Shallows vs the Cognitive Surplus

Porque el fabuloso debate que en este momento tiene como sparrings principales a Nicholas Carr (con Andrew Keen como escudero) por un lado -su ultima obra es The Shallows. What Internet is doing to our brains, 2010 y Clay Shirky Cognitive Surplus. Creativity and generosity in a connected age, 2010 por el otro (con Alessandro Baricco como escudero) reaviva las impresiones y reverberaciones que genero hace medio siglo atrás la aparición de dos obras maravillosas de Michel Foucault a saber Las Palabras y las cosas en 1966 y El orden del discurso en 1970.

Si bien quien mejor describió esta problemática aplicandola a Internet fue el filosofo norteamericano Herbert Dreyfus en su desconocido pero vital Acerca de Internet (Pensamiento en Accion), 2001, Milad Doueihi con su doble referencia nos recuerda lo reciente que es la fusión entre autoría literaria, actos discursivos y representaciones jurídicas e institucionales.

La evolución y el status del individuo esta íntimamente ligada a la figura del autor, a su historia y relaciones con la cultura impresa tanto en sus soportes materiales como imaginarios o simbólicos. Lo mismo sucede con la inteligencia humana. No es casual que en el momento que emerge la problemática de la Cuarta discontinuidad (Mazlisch) y la posibilidad de una alianza inédita entre inteligencia humana/maquinal como nunca antes, también el autor (como el hombre foucaultiano) «estaría por borrarse, como en los límites del mar un rostro de arena.».

No importa mucho para nuestros fines en el seminario si la mirada que mejor atrapa esta discursividad/encarnación futura es la cauta de Luc Steels y sus Angeles Digitales o si la mas desbordante (delirante?) de Ray Kuzsweil acerca del advenimiento a corto plazo de la singularidad «el hombre se borraría, como en los límites del mar un rostro de arena

Superficialidad vs Poliocularismo

Volviendo al corazón del seminario lo que está en discusión es hasta que punto el libro impreso sirvió para centrar nuestra atención, promoviendo un pensamiento creativo y profundo. Mientras que Internet promovería el empleo rápido y distractivo de múltiples fuentes con una ética de la velocidad y la eficiencia, de producción optimizada y consumo que integraría lo peor de la época industrial con lo peor de la nuestra

Si nos interesa tanto el enfoque de Doueihi es porque a la vez que se ensarza en conversaciones detalladas y profundas con las tecnologías emergentes, al mismo tiempo hace tandem con lecturas retroprogresivas y nos ayuda a pensar los desvaríos de la cultura digital con su difícil tensión entre arquitecturas del control y arquitecturas de la participación en términos semejantes a los que vivimos en la era del advenimiento de la imprenta, cuando tuvo lugar el anterior Proceso Civilizatorio, que nos convirtió en los cerebros lectores que aun somos, posponiendo al cuerpo, a lo heterogéneo y sobretodoa lo polifónico.

Que precio deberemos pagar (porque siempre que entramos en un nuevo régimen discursivo pagamos con el abandono de viejos hábitos y como vemos en este caso incluso de ontologías de la profundidad) por entrar en estas nuevas conversaciones es precisamente el viaje que tenemos por delante y que nos ayudará a recuperar lo vigente de lo viejo pero tambien a abrazar irreductiblemente lo prometedor de lo nuevo.

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