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La sociedad inteligente será hija de la política no de la tecnología

La política y la tecnología. Dos velocidades que no se mezclan ni de casualidad

El problema con la tecnología es que va demasiado rápido. No sabemos muy bien para qué sirven tantos gadgets, aparatitos, dispositivos, y antes de que hayamos aprendido a usar el 10% de sus disponibilidades (affordances), se vuelven obsoletos, algunos gurúes se esmeran por sustituirlos por versiones mas aggiornadas y supuestamente mas potentes y útiles, y asi se nos va acumulando chatarra tecnológica sin parar, y quedamos tan descontentos o «en pelotas» como antes, y los estantes y placares albergarán tantos juguetes que nos deslumbraron el dia de su bautismo y que ahora han devenido inútiles por motivos de los mas variados.

El problema con la política es que va demasiado lenta. Sus promesas no se cumplen, sus vaticinios rara vez encarnan en bienestar colectivo, su comprensión de la dinámica ecológica, tecnológica, económica y hasta convivencial es harto precaria y con algunas excepciones, en general, quienes ganan una elección pierden la siguiente, y a quienes toman las medidas mas antipáticas no les va ni mejor ni peor que a las que toman las simpáticas.

Hay excepciones y momentos históricos particulares, pero cada día queda mas claro que los votantes se encuentran tan sorprendidos e insatisfechos con sus gobernantes, como los mismos políticos que hacen malabarismos para husmear el aire del tiempo y ver de qué lado ponerse para no ser arrasados por los vientos de la historia, cada día mas casquivanos e impredecibles.

Para colmo quienes saben (o creen saber) algo de política desconocen por entero a la tecnología, a la ciencia, a las humanidades, a los discursos de la complejidad. Y viceversa quienes conocen (o creen conocer) de algunos de estas temas, o practicas no se imaginan, no les interesa, no pretenden ni se ocupan de bajar a la tierra de la confusión, las demandas contradictorias y la barbarie cotidiana, esos secretos arrancados a la naturaleza o a la historia, en prístinos laboratorios, o en silenciosas cavernas de la meditación pero que rara vez subsisten en el barro de la vida cotidiana, es decir de lapolítica.

Daniel Innerarity hace dialogar a los planos disjuntos

Por eso cuando alguien, venido de no importa qué campo del saber, o de qué alianza con la práctica, logra sintonizar estos planos disjuntos, se toma el trabajo de ajustar los tornillos de la mejor teoría existente, sin perder de vista las aceleraciones intempestivas que han impuesto a la realidad la ciencia y la tecnología, sus dichos y asertos son mas que bienvenidos, y sus deambulaciones, antes que meros vaivenes de una varita prestidigitadora, aparecen como auténticas bocanadas de aire fresco, para repensar nuestro presente, para revisar nuestro pasado y para sentar algunas picas en el diseño de un futuro.

Como de costumbre no estamos arando en el desierto sino que tenemos los pieses sólidamente plantados en un texto maestro que acaba de aparecer, y que sentará precedentes sobre cómo pensar y actuar en la sociedad hipertecnologizada de hoy, sin tener que optar maniqueamente por el tecnopotismo o el tecnopesimismo que frecuentan por igual los pasillos ministeriales y los gabinetes académicos, sin poder establecer ningún contacto entre unos y otros y, dejándonos inermes o como ciudadanos a pie, de cuando de entender (o al menos intentar hacerlo) las contradicciones de que se trata. Vayamos pues de la mano de un grande como es Daniel Innerarity., profesor de la Universidad de Zaragoza

Daniel publicó al menos dos obras anteriores de un valor inusual. Una se tituló El futuro y sus enemigos y su tesis central era que ahora es la izquierda quien más teme al futuro y quien más se vale de ese miedo para aferrarse a un presente de derechos adquiridos y reivindicaciones simbólicas que sabe gestionar También antes había metido las manos en la masa cuando escribio La transformación de la política, y en paralelo a esta obra magistral también publicó recientemente una compilación junto a Javier Solanas (ex Ministro español de la OTAN) La humanidad amenazada: gobernar los riesgos globales, que contiene una decena de artículos en donde muchas de sus intuiciones son aplicadas o trabajadas por otros compañeros de ruta.

El conocimiento no cambia el comportamiento

Recientemente hemos trabajado con entusiasmo la idea de que el conocimiento no cambia el comportamiento, algo que hemos demostrado acabadamente utilizando ejemplos hoy ya emblemáticos como han sido La escalera de la serie Funtheory.com, los ejemplos de intervención de Improv. everywehere, we cause scenes y los maravillosos aportes de los hermanos Heath, en especial los incluidos al comienzo de su obra Switch.

Innerarity nos golpea de entrada con la primer frase de su obra «el conocimiento mas que un medio para saber, es un instrumento para convivir«. Su función mas importante no consiste en reflejar una supuesta realidad objetiva, adecuando nuestras percepciones a la realidad exterior, sino de convertirse en el dispositivo ardoroso a la hora de configurar un espacio democrático de vida común entre los seres humanos.

Si la primera noción venía por el lado de pensar la idea del conocimiento, la segunda nos emparienta en el uso de dispositivos para cambiar los comportamientos, mientras que la tercera conexión nos viene por el lado de aumentar los espacios democráticos en una linea que nos vincula en forma directa con el Fernando Flores (co-autor, con Charles Espinosa & Hubert Dreyfus) de Disclosing New Worlds: Entrepreneurship, Democratic Action, and the Cultivation of Solidarity

Para Innerarity nuestros principales problemas colectivos no son (como muchos queremos creer) problemas de falta de voluntad, de decisión o de inmoralidad. Se trata básicamente de fracasos cognoscitivos que tienen su origen en una organización deficiente del conocimiento desde el punto de vista de su legitimidad democrática.

Sociedades del desconocimiento

El problema fundamental de las sociedades del conocimiento es que nos vuelven a todos mas tontos, el contraste entre lo que sabemos y lo que deberíamos saber es tan enorme que las nuestras, antes que ningunas otras, son auténticas sociedades del desconocimiento. Ahora sabemos porque el progreso de la ciencia no hace mas fácil (al revés lo vuelve mucho mas difícil) la comprensión del mundo. Lo que pasa es que el saber transforma la información en complejidad. Cuanto mas complejo es un sistema mas inevitable resulta aceptar sin comprender.

El saber humano se duplica cada 5 años y el entrelazamiento de hechos, relaciones, contactos, artefactos, mediaciones e interconexiones termina mas rápido quelentamente en la inabarcabilidad. Sabemos que todo está conectado con todo (la célebre «pauta que conecta» batesoniana) pero eso es casi todo lo que sabemos. Sobre las relaciones concretas y causales nuestro desconocimiento aumenta cada dia. A esta perplejidad teórica debemos sumarle su equivalente en la práctica, es tal el exceso de opciones que cada dia resulta mas difícil tomar decisiones (paradox of choice) ya que simplemente nos paralizamos y dejamos de operar (paradoja del asno de Buridan).

La información y la comunicación masivas informan sin orientar, hay una escasez de poder tomar decisiones en un mar de abundancia de datos indiferentes a las elecciones que podrían mejorar nuestro bienestar. El mundo, porque está atravesado por información irrelevante pero superabundante, se ha vuelto transparentemente extraño.

Incapacidad de gestionar la complejidad

La complejidad mal gestionada se convierte en la nueva forma de la ignorancia. ¿Qué hacemos cuando no sabemos que es lo que debemos hacer? Como no hay información sin interpretación, lo que falla actualmente es la capacidad exegética y hermenéutica que está siendo sustituida por una mera apología inútil de los datos, o peor aun, por ciertas míticas/místicas, epopeyas que transforman cualquier hecho en un capítulo ya escrito desde siempre por la novela hegeliana.

Innerarity marca el tempo con una facilidad asombrosa y no deja títere con cabeza cuando se trata de entender porque no entendemos casi nada. Lo que pasa es que vivimos en una sociedad que es mucho mas inteligente que cualquiera de nosotros en forma aislada (critica a la trascendencia del saber experto). No solo la sociedad sabe mas que cada uno de nosotros, especialmente los titulados, sino que también las máquinas inteligentes (ya hay muchas compañías que ganan dinerales usando algoritmos incluyendo a Google y a Amazon, pero también a extraños frankensteins como Bluefin) empiezan a competir por una «comprensión» del mundo que no entiende nada, pero opera como si lo hiciera, con bastante éxito.

Hemos perdido el contacto directo con el mundo y todo saber se nos presenta como experiencia indirecta. El rumor es el estado general del saber mediático. El ciberespacio es una cocina de rumores frente a las cuales revistas como Gente y Hola deben palidecer de rubor por ineficaces y esquemáticas.

Reactualizando al ciudadano Kant

Nuestra vida le hace un eco lejano a Kant cuando afirmaba que «el yo no puede acompañar a toda nuestras representaciones«. En la era de la microelectrónica estamos rodeados de cajas negras para las cuales no hay acceso intuitivo alguno, y la sociedad en su conjunto es una Matrushka que engloba a esa infinidad de otras cajas negras en una regresión sin fin

Los gadgets de la sociedad multimedia son prótesis de lo que ya no se comprende. Hemos perdido esa nostálgica relación con el mundo que Heidegger bautizó como «a la mano» (Zuhandenheit), esa realidad no problemática al uso de todos.

Cada párrafo de Innerarity resulta iluminador y destroza de un plumazo centenares de obras ingenuas e incapaces (tanto alternativamente desde el jaqueo como de la admiración) de entender la civilización de la paradoja, la incertidumbre, pero también de las infinitas posibilidades emancipatorias y no solo carcelarias, en las que nos toca vivir. Por eso afirma que todos vivimos en la esclavitud voluntaria de los usuarios. Nos sometemos a lo que no entendemos para usarlo, la comprensión ha sido sustituida por la aceptación. Pero ello no necesariamente es malo.

Hemos pasado de la división del trabajo a la división del saber. Nos hemos acostumbrado a tomar las cosas «at interfaces value» (confiamos en el plano de su intersección). Vivimos en el reino de la fragilidad fingida o del fideismo del cliente. Paradójicamente – y este es un aporte crucial de la lectura de Innerarity que hasta aqui podría reiterar hipótesis totalizantes, adornianas y de critica o despecho frente al tecnototalitarismo- esta sumisión supone un enorme incremento de nuestra libertad. Porque la tecnología introduce un automatismo que no es interrumpido por la decisión.

La lectura de Innerarity se apoya muchísimo en autores alemanes conocidos (Luhman, Marcuse, Heidegger, Habermas, Gehlen, Benjamin, Gadamer, Schutz, Wittgenstein, Beck…) y en otros mucho menos conocidos (Marquard, Stehr, Weick, Wilker, Krohn, Wehling), pero también menciona muchas veces a Lash (uno de los compañeros de ruta de la Cátedra Datos). Y aunque no conoce aparentemente a Baricco sus posturas le son increíblemente afines. ¿Qué decir sino de esta idea según la cual la competencia no se adquiere mediante la lectura de la instrucciones sino mediante el placer del uso?

El saber no se tiene, es una actividad

Contrariamente a los tecnofóbicos, para Innerarity esta forma de ignorancia informada no es para nada algo negativo (que habría que exorcizar convirtiéndonos en poetas, rechazando la electricidad, viviendo en cabañas en el bosque y desconectándonos del aprendiz del hechicero en el que se habria convertido Internet). Para Innerarity le debemos conquistas irrenunciables a las cosas que piensan por nosotros. En una formulación paradójica e irónica resulta ahora que el progreso civilizatorio no es impulsado por lo que piensan los seres humanos, sino justamente a la inversa porque esos procesos mecánicos nos ahorran de pensar.

Descartando la información en bruto, poniendo el peso en las búsquedas, el contexto, la relevancia y otros valores de lo que denomina saber, Innerarity vuelve a hincar el diente en nociones a veces conocidas y mencionadas, pero rara vez trabajadas con el ahínco con el que él lo hace. Para el autor de marras saber es información con valor, con un alto grado de reflexividad. El saber no se tiene, es una actividad, exige apropiación y no solo consumo.

El principal desafío que tenemos es por lo tanto simplificar inteligentemente al mundo. Por eso -inesperado argumento- es mas que probable que los libros tengan muchos futuros, porque se trata de empaquetamientos «filtrados» de información mundana. El trabajador del futuro es un diseñador de información o sea un tipo de persona que se dedica a la búsqueda de las preguntas correctas. Hay que aprender el arte de preguntar como la mejor técnica para reducir la complejidad y decidirnos por lo verdaderamente significativo.

Así las cosas los principales objetivos de la formación en una sociedad del conocimiento son gestionar la atención y aniquilar la información. Cada día es mas importante el arte de olvidar adecuadamente. Mientras, hay que pasar de una gestion de conocimiento excesiva, pensada desde la perfección y la completitud, a una selectiva. Tenemos que salir adelante con saberes incompletos, fragmentados, frágiles y sobretodo distribuidos. Algo que curiosamente es posible (además de deseable).

El problema clave es lo inteligente, que ha de ser omitido, desatendido o ignorado. El saber mas valioso es lo que no se necesita saber (para vergüenza de los taxidermistas cognitivos, se trata del 80/90% de los curricula establecidos especialmente en la escuela secundaria y en la universidad). Necesitamos síntesis, visiones generales, núcleos del asunto y no soporíferos vademecum, taxonomías, ensayos redundantes y sobretodo adherencia a prejuicios interpretativos adocenados.

El desorden tiene sus reglas que el orden no conoce

Retomando anticipaciones que vimos hace años o décadas atrás en en el George Balandier de El Desorden, o «Ensayos sobre el desorden» de Xavier Rupert de Ventós, Innerarity revela su filiación con la teorías del caos, la disipación, las catástrofes y tantas otras que venimos trasegando desde mediados de los años 70 convertidas por él en poética de la excepción (su referencia a la cita que Micheul Foucault hace de enciclopedia china de Borges y sus propuestas de clasificaciones fantásticas propuestas a los bibliotecarios por parte de Paul Braffort en las bibliotecas invisibles oulipianas son claramente ejemplificadoras de este estado de).

Al subrayar la arbitrariedad del orden en lo que tiene de inútil o de ridículo, el saber es pensado como algo que no puede organizarse significativamente, como algo monstruoso. En vez de victimizarnos tanto, o de sobreenfatizar el lado trágico de nuestro estar (confundidos) en el mundo, estas referencias enfatizan la comicidad de la situación en la que nos encontramos los seres humanos en las sociedades del conocimiento.

Los sistemas de clasificación mutan. Las catedrales arquitectónicas previstas en los sistemas de clasificación universal como el CDU dificilmente soportan su etnocentrismo. Los sistemas de ordenación constituyen un sistema de representación del saber. Pero hoy ya no contamos (ni nos interesan) las clasificaciones cerradas de un Petros Ramus o de un Porfirio, sino que nuestros modelos son la red, el mind map o el rizoma, superando a los anteriores carcomidos por su exceso de jerarquizacion y de simplicidad la mismo tiempo.

En Internet ningún motor de búsqueda necesita de una jerarquización de los conceptos (el modelo de ontología cerrada de Yahoo hace rato que ha quedado muerto y enterrado). De todo esto resulta que nos estamos despidiendo (Baricco lo expreso con ternura y vehemencia) de la idea de UN oden cultural en el que cada cosa tiene (trascendentemente) un sitio incuestionado (Innerarity lo dice con precision y contundencia «También en el orden del saber la tranquilidad es siempre engaño, una tregua con fecha de caducidad«.

Qué significa seguir una regla

Como siempre ni tanto ni tan poco. De lo que se trata es de saber «qué significa seguir una regla» y Kant y Wittgenstein tienen mucho para decir al respecto. Gracias a ellos sabemos que al final de una serie de razones hay una espontaneidad de la acción atada a la volatilidad del contexto. Después de todo hacerse cargo del contexto (algo para lo cual las máquinas son tan poco útiles, salvo que se llamen Wally) es la operación mas propia de la inteligencia.

La contundencia y la elegancia de una prosa impar nos gopean fuerte: «hay cosas verdaderas pero importunas, otras eran verdaderas y ya no lo son: algunas son verdaderas y nadie lo sabe; ademas de lo verdadero existe lo relevante, lo significativo, lo interesante«. Si la aplicación de la reglas resulta imprecisa, hay que definir la creatividad como una poética de la excepción.

Después es el turno de mostrar como la repetición (algo que predomina en el mundo de los niños para quienes un cuento contado de nuevo es un cuento nuevo) es imposible en el mundo adulto (el encuentro fallido o la cita perdida lacaniana) con su insistencia en lo particular, convierte a toda ciencia y a toda praxis en una tarea interpretativa (el famoso «todo caso es otro» de Derrida), para finalmente promover la gestión de la excepción.

Así termina la primera parte «La inteligencia sobrecargada» de Sociedad de la democracia de Daniel Innerarity, algún día retomaremos algunas secciones de la parte segunda «La organización de la incertidumbre«, pero mucho mejor aun de la tercera «El desafio cognoscitivo de la economía» y el que promete ser el mas dulce para nuestro gusto el cuarto «La geografía de la creatividad«.

Con la diferencia horario nos despertamos cada mañana a las 5 en Guadalajara (las 8 nuestras) y nos encontramos con menos libros para pellizcar (de papel) que de costumbre (¿porque no habremos comprado el de Dan Roam Blah blah blah
As one o Users and customers? Habrá que ir corriendo a abrir el Kindle y empezar a leer la Life autobiogría de Keith Richards.

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5 comentarios

  1. Muy interesante. Teneis texto repetido. Saludos!

  2. […] La sociedad inteligente será hija de la política no de la tecnología – El problema con la tecnología es que va demasiado rápido. No sabemos muy bien para qué sirven tantos gadgets, aparatitos, dispositivos, y antes de que hayamos aprendido a usar el 10% de sus disponibilidades (affordances), se vuelven obsoletos (…) El problema con la política es que va demasiado lenta. Sus promesas no se cumplen, sus vaticinios rara vez encarnan en bienestar colectivo, su comprensión de la dinámica ecológica, tecnológica, económica y hasta convivencial es harto precaria y con algunas excepciones. […]

  3. Gerardus Gerardus

    Excelente. Uno que acaba de comprarse el ePub La democracia del conocimiento. Ahora a leerlo y, sobretodo, reflexionarlo.

    PD: sí, hay texto repetido.

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